Les entrego este cuento, inspirado en una historia contada por un gran amigo, desde luego fue transformada y le agregué lo que consideré necesario para que se convirtiera en una historia ficticia, tratando de que tuviera algún valor literario.
Dejar ser, dejar vivir.
De: Arturo Pérez Arteaga:.
De niño
estudié en una escuela muy pequeña a orillas del lago, en muy poco tiempo
aprendí a jubilarme para ir a nadar. Al ser descubierto, luego de la paliza que
me diera mi madre, me mandaron a vivir a casa de una tía, en un hermoso
pueblito de los andes.
De
inmediato entre las montañas y yo surgió una relación idílica, un amor a
primera vista que me hacía contemplarlas por interminables horas sin descanso
ni tedio, por eso aprendí a escalarlas con la intención de intimar con ellas al
máximo.
Desafortunadamente,
bastó muy poco para que mi tía supiera de mi nueva pasión, llamara a mi mamá y
le contara, esta escandalizada por mi
nueva hazaña me fue a buscar, me propinó otra tunda y decidió inscribirme en un
colegio militarizado para que me alejara de los chiflados intentos de acabar
con mi vida y lograra, por fin, la disciplina que según ella, yo necesitaba.
A pesar de
haber pasado ya mucho tiempo de todo eso, siento que no pude dejar de
decepcionarla, cada vez que viene de visita, llora mucho y se pregunta en que
falló a lo que siempre respondo que en nada, que son cosas que pasan, que la
vida es así.
Hoy la
despedí como siempre, con un fuerte abrazo, le pedí que por favor no vuelva y
espero de forma sincera que esta vez me haga caso, la cárcel no es un buen
lugar para ella.
-APA-
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