Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

sábado, 3 de febrero de 2018

La sonrisa de Margarita. De Gustavo Vale

Acabo de leer este cuento del poeta, cronista y novelista venezolano Gustavo Vale y me ha gustado mucho, tanto que considero un acto de egoísmo no compartirlo con quienes visitan mi blog.


La sonrisa de Margarita. 
De: Gustavo Vale
Resultado de imagen para niño paracaidas

Volar.
Siempre quise volar.
Arrojarme en caída libre.
Volar.

De cómo conocí a Margarita no tiene importancia. Lo importante es ella, Margarita, a sus diez años, con su pelo medio rubio, medio marrón. Y yo, a mis ocho años con mis ganas de aterrizar en el corazón de Margarita. Porque fue por ella o por culpa de ella o a causa de ella que... en fin. Hoy, muchos años después, a veces pienso que fue una historia triste, pero justo ahora creo que no, que se trató una historia hermosa. La verdad, como dice el poeta, de lo que se escribe no se sabe.

Comencemos por el final. Yo, arriba del tanque de agua, en el lugar más alto de la casa, a punto de arrojarme al vacío. Era una tarde de abril con muchas nubes. Húmeda. Oscura. No había tarde más perfecta para volar que aquella tarde de abril. Mi hermano, desde abajo, me animaba:

–Dale, cagón, dale.

Él era también el operador de la torre de control:

–Viento a favor. Pista despejada. Preparado, listo...

Y yo que me orinaba encima, con un miedo que me hacía temblar. Pero no había nada que temer, mi pista de aterrizaje era el blando corazón de Margarita.

Una semana atrás había hecho pruebas preparatorias con Malena, mi gata. Subimos juntos al tanque de agua, le coloqué un improvisado parapente y sin mucha ceremonia, la arrojé en la modalidad bala felina. La gata dibujó un soberbio tirabuzón y luego planeó con bastante elegancia. ¡Ah, cómo surcó Malena los cielos de Caracas! Arañando el aire con ese estilo afrancesado que solo los gatos tienen. Cayó en sus cuatro patas. Cojeó durante un par de días, pero después siguió siendo la misma gata vanidosa de siempre.

Los excelentes resultados de esta prueba preparatoria, me animaron a avanzar en mi proyecto. Comencé a hacer los planos de mi paracaídas, llené varias páginas de papel cuadriculado con diversos modelos. Compré cuerditas reforzadas. Saqué del armario las sábanas que vestían mi vieja cuna y estuve una semana entera fabricando el prototipo.

Al terminarlo, no se lo mostré a mi hermano, el operador de la torre de control. Pero sí a Margarita.

Margarita tenía una forma de tratarme muy especial. Me decía: tráeme esto, tráeme aquello. O me silbaba como a Ronny, su toy poddle: fuiz fuiz, y yo iba a toda velocidad a su encuentro, porque los silbidos de Margarita eran los más hermosos silbidos del planeta.

Al ver mi prototipo, Margarita dijo:

–Mejor es el mío.
–¿Tú tienes paracaídas? –pregunté.
–Claro –me respondió –y es mejor que el tuyo.

Sentí vértigo, un agujero en el estómago. Luego me encerré en mi laboratorio (es decir, en mi habitación) e hice añicos mis planos garabateados en papel cuadriculado. Agarré mi prototipo hecho de sábanas y cuerditas y lo convertí en picadillo con una tijera colegial.

Un día, Margarita me invitó a merendar en su casa. Era una casa enorme la de Margarita, parecía un palacio, con unas cabezas de antílopes colgando de las paredes, con alfombras de piel de tigre o de oso y muchas fotos de grandes proezas familiares. Fuimos a su cuarto, que también era enorme, y allí, tirado en su cama, jugando Atari, estaba el operador de la torre de control, mi hermano.

Margarita sacó del armario una caja enorme. Me dijo: esto es para ti.

Yo abrí la caja. Había una mochila. Y dentro de la mochila un paracaídas. Un paracaídas, pero de verdad verdad.

–Wow –dije.
–¿Lo ves? Es mejor que el tuyo –dijo Margarita.

El operador de la torre de control dejó el Atari y abrió su bocota:

–¿Cuándo hacemos el lanzamiento?
–Mi papá es un verdadero paracaidista –se ufanó Margarita.
–Ah, tienes miedo –dijo el operador de la torre de control.
–Yo no tengo miedo –respondí.
–No lo molestes –terció Margarita— y luego me preguntó, en voz baja: ¿lo vas a hacer? Si lo haces te voy a dar un... y sin terminar de decir lo que iba a decir, silbó: fuiz fuiz. Entonces yo estuve a punto de ir a su encuentro y ponerme a su entera disposición. Pero a cambio apareció Ronny, el toy poodle, que aterrizó en sus piernas a una velocidad asombrosa. El maldito perro faldero se me adelantó.

Las semanas previas al lanzamiento estuve investigando y afinando cada detalle. Subí numerosas veces al tanque de agua, calculé el recorrido de punta a punta, la distancia que había del tanque al patio: unos siete metros. Reproduje mentalmente cada paso. En mi cabeza estaba todo perfectamente calculado. Debía correr con todas mis fuerzas desde la parte de atrás y al llegar al borde pegar un buen salto y abrir el paracaídas. Y una vez que pegara el salto, pum, a volar.

La noche antes estaba muy inquieto y tuve este sueño: Ronny, el maldito toy poodle, mordía el cuello de Malena, mi gata, mientras mi hermano, el operador de la torre de control, estaba tirado encima de una alfombra de piel de tigre o piel de oso, mirando al techo y entonces, de pronto, yo me desesperé. No estaba Margarita, no veía a Margarita por ninguna parte. Margarita, gritaba, Margarita...

Desperté. Vi mi reloj: eran las 3:30 de la mañana. Faltaban todavía algunas horas para el gran día.

Y aquí volvemos al comienzo de esta historia. Tarde de abril con muchas nubes. Densa, oscura. Una tarde mejor que esa, imposible. Y yo arriba del tanque de agua listo para volar. Viento moderado, cielo despejado, humedad relativa. El operador de la torre de control daba las indicaciones y también me daba ánimo:

–Dale, cagón, dale.

Margarita estaba sentada sobre la grama del patio comiendo galletas y hojeando un álbum de la Barbie. El paracaídas de su papá me quedaba realmente enorme: los arneses flojos, las correas colgando, y ese montón de tela arruchada, como derramándose a mi alrededor. Me asomé por última vez para ver a Margarita. Desde allá arriba admiré su melena media rubia, media marrón. Tuve la convicción de que junto a ella me esperaría, finalmente, algo inolvidable.

Sin embargo, en un instante de lucidez, dudé. Pensé que el sueño de la noche anterior había sido premonitorio, un mal presagio. Si Malena, mi gata, moría a manos de Ronny, eso quería decir que algo andaba mal. Muy mal. Podía haber soñado con otra cosa. Por ejemplo, con aquello que me daría Margarita después de mi exitoso salto. ¿Qué sería? ¿Un juguete? ¿Un beso? ¿Un fuiz fuiz que duraría toda una eternidad? Me reproché no haberle preguntado antes. ¿Por qué no lo hice? ¿Por miedo? ¿Por vergüenza?

–Dale, cagón, dale –escuché de parte de la torre de control. Y luego:
–Fuiz, fuiz –el cristalino silbido de Margarita.

Espanté como moscas los inoportunos pensamientos, deseché todas mis malditas dudas infundadas y entonces, ya decidido, grité:

–Allá voy.
–Dale, que se va a hacer de noche –dijo torre de control.

Respiré hondo, cerré los puños (o puñitos) para darme ánimo, y en una fracción de segundo repasé mentalmente todo mi plan. Tomé impulso, corrí desde la parte de atrás del tanque, corrí lo más rápido que pude y con el viento a favor hice pie en el borde y... salté.

Alcancé una excelente altura. Me suspendí como una pluma, como el polvo. Sentí la presión delicada del aire en mi cuerpo, el viento que susurraba suavemente en mis oídos y el aparatoso paracaídas que parecía una medusa borracha a mis espaldas. Quizás no fue el mejor paracaídas para llevar a cabo el lanzamiento, pero eso es lo de menos. Lo importante es que volé. Créanme que volé.

Y la sonrisa de Margarita brilló en todo el patio.


-APA-

Sígueme en www.steemit.com  --->   @apatrinchera
Whatsapp:+584165033839
Telegram: +584166660209
Twitter: @apatrinchera
Gmail: perezajqj@gmail.com
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario