Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

domingo, 11 de junio de 2017

Hábitat poético: "El oficio"

Les presento en esta oportunidad un tremendo cuento de mi amigo, contertuliano y coeditor Pedro Querales, que se ha tomado muy en serio el oficio de narrador. La pluma ya está dando sus frutos y este cuento lo demuestra... Que lo disfruten

El oficio
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Cada cual muere a su modo.
Qué se va a hacer
si ha de haber gente pa' todo.
(Fragmento de La aristocracia del barrio, Joan Manuel Serrat)


Mientras regresaba a casa en buseta, cruzando el puente sobre el lago, como un pasajero más, Ronny pensaba que su oficio, detestable para la mayoría, era especial. Requería frialdad preparación física y mental.

A su derecha, una joven madre amamantaba a su bebé. Sintió ternura, ante la escena, y reflexionó brevemente en lo que nos transformamos, en el devenir de la vida. No se permitía el lujo de ser compasivo. En la vía, se embarcó una anciana. Le recordó a su difunta abuela y le cedió el puesto. De pie, tenía una visual completa de los pasajeros. Enfocó su atención en una hermosa morena, de mediana estatura, fina cintura, cabellos negros, perfumada y piel tersa, senos turgentes, generoso escote, mirada serena, segura de sí misma, quien regresaba de clases. Estaba muy cerca de ella. Despertó su lascivia. Imaginó su desnudez y sintió un suave recorrido por sus venas, subiendo levemente su tensión arterial.

Cuando asumió su modo de vida, comprendió, que los sentimientos eran atavismos. Cuando el llamado del deseo acudía, lo  resolvía con breves encuentros carnales, con parejas sin historia ni futuro. En reuniones sociales, a las que acudía poco, sus amigos hablaban de los problemas en el trabajo o en el estudio. Él jamás mencionaba los suyos. Se limitaba a escuchar. Tampoco le preguntaban. La gente prefiere ser escuchada. Se limitaba a sonreír levemente.

Su niñez transcurrió normalmente. Una familia dentro de los patrones judeo cristianos, padre responsable, madre amorosa, dos hermanos, dos hermanas. Su padre, profesional, con cargo gerencial, ingresos adecuados, que permitía a sus hijos acceder a colegios privados. Sus hermanos mostraron apego a los estudios. El, al principio, también. En la adolescencia, perdió la motivación. Tenía facilidad para aprender, pero no se sentía estimulado. Aun así, aprobaba. Se graduó de bachiller, e ingreso a una conocida universidad privada.

Allí comenzó a frecuentar a los compañeros con comportamiento poco convencional. Se sintió atraído, tímidamente. Luego, le dieron confianza y lo invitaron a estrechar el círculo. Parrandas, paseos, práctica de deportes extremos, dados a los chistes subidos de tono, a la música estridente que no permitía la conversación y chicas bellas alrededor. Era la rutina.  Los fines de semana, las camionetas de lujo, con potentes equipos de sonido, se estacionaban en cualquier esquina, afectando la tranquilidad del vecindario. Los admiraba. No se explicaba cómo eran capaces de sostener ese estilo de vida, tan oneroso. A él apenas, le alcanzaba su mesada, para cubrir lo mínimo. Luego entendió: Estaban involucrados en el negocio de los narcóticos. Ninguno tenía un trabajo formal, pero gastaban a manos llenas. Como estudiantes no eran brillantes, ni siquiera alumnos promedio, con mucha repitencia. 


Le ofrecieron entrar al negocio. Se negó. No se iba a sentir cómodo corrompiendo a sus congéneres. Cuando le ofrecieron probar drogas, se dijo: -¿Por qué no?- Veía a sus amigos tan alegres y rozagantes, envalentonados, riesgosos. Practicaban carreras de piques y otros deportes extremos. Parecían felices.

Se acostumbró. Aunque, los lunes despertaba amodorrado y con signos de leve depresión, al principio, pero se hizo más fuerte a medida que se imbuía más en ese submundo. Una tarde, casi noche, uno de los compañeros le confió: -Has demostrado discreción, faltaría ver si tienes cojones- Él contestó, sin afán: ¿Para que soy bueno? Le dijeron: -Acompáñanos-

Abordó una camioneta doble cabina, junto a tres amigos. Rodaron por veinticinco minutos, hasta salir de la ciudad. Se desviaron de la vía principal y entraron a un camino de tierra, por diez minutos más, hasta llegar a una cerca de alambre de púas. Abrieron la talanquera. Penetraron, hasta llegar a un rancho de latas, ubicado al fondo de una gran extensión de terreno. Uno de ellos abrió el candado que protegía la puerta del rancho. Encendieron la luz. En medio de la pieza, un joven estaba atado y encapuchado. Al quitarle la capucha, mostró signos de tortura y de agotamiento en su rostro. Lo había visto en la universidad, aunque no habían intimado nunca. –Uno de ellos, sacando una pistola, se la entregó a Ronny y le dijo: -¿Le echas bolas? ¿Eres capaz?

Cuando tuvo conciencia de lo hecho, estaban de regreso a la ciudad. –Coñito, tienes más sangre fría de la que pensamos. ¿Te gustaría vivir de esto? Él solo dijo: -Si-. Lo entrenaron para afinar la puntería, y conocer el manejo de las armas. En quince días estaba listo. Un viernes en la tarde, lo montaron de parrillero en una moto, cuyo conductor parecía diestro en el manejo. Le dijeron: -El pana te llevará y te dirá que hacer. Trata de controlar los nervios.-. Se colocaron el casco, arrancaron, sin cruzar palabras. Tras diez minutos de recorrido, entraron a una urbanización clase media y atravesaron sus calles. En una esquina divisaron un grupo de cinco personas, conversando confiadamente. Identificado el objetivo, se acercaron. Ronny apuntó e hizo fuego, la sangre brotó a borbotones mientras del joven caía abatido. En medio del desorden, volvieron a la vía principal. Ronny se quedó al frente de un centro comercial, entregando al motorizado el arma, el casco y la chaqueta. Se quedó con su morral, y se apeó sin despedirse. Ya dentro del mall, se dirigió a los baños, orinó, se lavó el rostro, las manos y se peinó. Luego, ingresó a una heladería. Unos jóvenes compartían entre risas, esperando el comienzo de la función de cine. Pidió una barquilla. La disfrutó de pie. Salió. Nuevamente a la calle, tomó un autobús hasta el centro de la ciudad, donde abordó una buseta. Mezclado, disfrutó el anonimato. Una vez llena la unidad, salieron. En el puente sobre el lago, la brisa refrescaba suavemente. No se tomó tiempo para pensar en la familia del joven que ajustició. Esperaba la transferencia por la tarea realizada.

El fin de semana lo tomaría para estudiar.

El lunes tenía examen de Derechos Humanos II.


Pedro Querales C.

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