Comparto ahora con ustedes una de mis últimas producciones. Este cuento se refiere a los niños y su imprudencia asociada, desde luego, a la inocencia que les hace ver la vida de un modo muy particular, con muchas menos preocupaciones y conflictos que los adultos.
¿Por
qué no lo haces ya?
Por: Arturo Pérez Arteaga:.

Como si fuera ayer lo recuerdo, tumbado en su cama, en una habitación que olía a mentol, o más bien, una mezcla de mentol con varios frascos de pastillas.
Puedo evocar también que al llegar a su casa, mi madre se ponía en cuclillas y mirándonos con un rostro muy serio a mis hermanos y a mi, nos decía: “Necesito que se comporten, su abuelo está muy enfermo y no debemos hacer ruidos que lo molesten”. A pesar de que el buen comportamiento no era, ni de cerca, nuestra mayor virtud, hacíamos un gran esfuerzo para no hacer enojar a nuestra madre.
Puedo evocar también que al llegar a su casa, mi madre se ponía en cuclillas y mirándonos con un rostro muy serio a mis hermanos y a mi, nos decía: “Necesito que se comporten, su abuelo está muy enfermo y no debemos hacer ruidos que lo molesten”. A pesar de que el buen comportamiento no era, ni de cerca, nuestra mayor virtud, hacíamos un gran esfuerzo para no hacer enojar a nuestra madre.
A mí no me quedaba muy claro el mensaje, no sabía bien lo que
significaba estar muy enfermo, sólo imaginaba que se trataba una especie de
sueño y que por eso debíamos mantenernos quietos, idea esta que era reforzada
porque mi abuelito nunca se levantaba de su cama. Las visitas se hicieron cada
vez frecuentes, en mi madre se acentuaba la tristeza que la mantenían tan
callada como los pájaros en la noche.
Uno de esos días, mis hermanos mayores, entretenidos con un
juego de mesa, se olvidaron de mí, fui alcanzado por el hastío y muerto de
aburrimiento me dormí tirado en una poltrona de la estancia.
Apenas desperté el olor a mentol y botellas de remedio me
invadió, el sonido rítmico y lento de una respiración sibilante me confirmó que
estaba en la habitación de mi abuelo. Me incorporé muy lentamente para no hacer
ruido y allí estaba él, mirándome fijamente con una sonrisa que no combinaba
bien con su demacrado semblante.
- ¿Dormiste bien? – me preguntó con una voz muy ronca, apenas
audible y frotándome los ojos le dije – abuelito, ¿Qué hago aquí?
Sin dejar de sonreir me dijo:
- Te dormiste en la sala y tu mami te trajo aquí.
Dada la oportunidad le solté a bocajarro:
- ¿Qué tienes abuelito?
- Estoy enfermo, me voy a morir pronto.
- ¿Y por qué no te mueres de una vez? Creo que mami está cansada
de esperar a que lo hagas.
Me miró dulcemente, siguió sonriendo pero no alcanzó a responder
porque de inmediato le dije: “pero eso sí, dile cuando despertarás, para que
esté allí esperando y no te deje sólo mucho rato”.
-APA-
No hay comentarios:
Publicar un comentario