Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

sábado, 8 de julio de 2017

Hábitat Poético: "La Caperucita Erótica" versión final

En esta oportunidad les presento otro de mis cuentos que originalmente fueron publicados en este blog y para efectos de edición y publicación del libro "Cuentos en progreso", fueron revisados y corregidos. La idea es poder comparar uno con el otro y siquieren emitan comentarios al respecto.

Primero les dejo el enlace para que puedan ver la versión anterior: http://apatrinchera.blogspot.com/2016/10/la-caperucita-erotica.html

Ahora les dejo el enlace de donde pueden descagar el libro "Cuentos en progreso": http://apatrinchera.blogspot.com/2017/06/cuentos-en-progreso-libro.html

Y ahora sí, les presento la última versión del cuento... como siempre, espero que lo disfruten.





La Caperucita Erótica
Por: Arturo Pérez Arteaga :.
Resultado de imagen para caperucita erótica

Al verla por primera vez, aunque de manera fugaz, me pareció una gran beldad, como evadida de un cuento de hadas, imagino que por esa razón y su roja cabellera, al desconocer su nombre la llamé caperucita, aunque pulgarcita se adapta más a su talla, no me pareció un apodo muy agraciado.

Por diferentes cosas de la vida y el destino, me la tropezaba a cada rato, pero invariablemente, cuando intentaba acercarme, caperucita era abordada por alguien más, se retiraba antes de advertirlo o se ocupaba en algo que parecía muy importante, en fin, hasta el simple hecho de escuchar su voz se hacía imposible.

Un día, asistí a un encuentro literario con poetas de verdad. Para mi sorpresa pude distinguir dentro del grupo de trovadores a caperucita y me emocioné de al menos poder escucharla esta vez.

El evento comenzó, Pedro nos leyó poesía subversiva, si cabe el término, Laura nos habló de una hermosa comunión entre el amor y el agua, cuando le llegaba el turno a caperucita, prestos estaban todos mis sentidos para atenderla. Nos leyó un poema suyo, de los eróticos, luego otro y otro más. En un impulso instintivo, casi animal, al terminar su intervención me levanté rápidamente de mi asiento y me fui corriendo de ese lugar, pensando: “No, qué va, a esa mujer no me le acerco ni en juego, porque si así escribe, siento que me lo puede romper”. 

-o-

5 comentarios:

  1. Pues a mi me sigue gustando más la versión anterior. Vainas de gustos, pero la frase final "...me lo puede romper", me parece autobiográficamnte pretenciosa, porque uno puede preguntarse cuándo Caperucita aceptó hacer algo que lleve a ello.

    ResponderEliminar
  2. jajajajaja buena observación... tendría de comentarte la razón del cambio, en todo caso, es sólo un cuento... gracias por tu opinión

    ResponderEliminar
  3. El bombillo del carnicero



    Cuando le tocó el turno a Marco, ya habían pasado tres de los cinco que jugaban. El sonido del tambor al girar —esa era la única regla del juego: que cada uno lo hiciera girar antes de ponérselo en la cabeza—, le recordaba el del rache de su bicicleta cuando le daba a los pedales hacia atrás. A Marco siempre le había gustado correr riesgos: pequeños, grandes o extremos, pero siempre en riesgo. Le pasaron el arma —ni pesada ni liviana, en ese momento eso no se percibe— y le dio con fuerza al tambor. La levantó y se la colocó sobre la sien derecha. Al alzar la cabeza vio el bombillo que mal iluminaba la habitación con su luz amarillenta, y recordó cuando le robaba el bombillo de la casa al carnicero. Fue así como comenzó este vicio por el riesgo y el peligro. “¡A que no le robas el bombillo al carnicero!” le dijeron sus amigos. “A qué sí” les respondió Marco. En la noche, muy tarde, se reunieron frente a la casa del carnicero. Marco salió de entre las sombras y, sigilosamente, se dirigió hacia el porchecito de la vivienda. Unos perros ladraron desde el interior. Marco se detuvo y esperó. Los perros se callaron. Con mucho cuidado y lentamente Marco abrió la pequeña reja de hierro, pero de todas maneras chirrió en sus goznes. Los perros volvieron a ladrar. Esta vez más fuerte y durante más tiempo. El semáforo de silencio le dio luz verde a Marco de nuevo. Se detuvo frente a la puerta de madera y miró hacia abajo: “Bienvenido” decía la alfombra iluminada por la luz que salía a través de la rendija inferior de la puerta. Y pudo escuchar las voces del carnicero y su mujer que se mezclaban con las de la televisión. Respiró profundo y se santiguó. Luego se ensalivó los dedos y aflojó el bombillo. Al apagarse, los perros volvieron a ladrar. Incluso, algunos aullaron. Se detuvo y permaneció así, congelado e inmóvil como una estatua viviente, un largo rato. Lo terminó de sacar y echó el candente bulbo en la especie de hamaca que se formó a la altura de su abdomen al levantarse el borde inferior de la franela. Retrocedió y salió de espaldas, con la luz del bombillo en la sonrisa y el trofeo, ya frío, entre sus manos.
    Al siguiente día Marco tuvo que ir a la carnicería a comprarle unas costillas a su madre. El carnicero estaba furioso. Todo ensangrentado vociferaba y maldecía mientras descuartizaba una res que colgaba del techo. “Si lo llego a atrapar lo despellejo” y hundía el afilado cuchillo y rasgaba la insensible carne. “¡Lo voy a cazar! ¡Sí, lo voy a cazar! ¡Ese vuelve! Pero yo lo voy a estar esperando” Entonces la situación se convirtió en un reto para Marco: el juego del gato y el ratón. Marco esperó un tiempo prudencial, quince o veinte días, y volvió a robarle el bombillo al carnicero. Al otro día se acercó a la carnicería para ver su reacción. Y lo escuchó rabiar: “¡Maldito ladrón! ¡Me volvió a robar el bombillo!” le decía a un cliente mientras le cercenaba la cabeza a un cerdo de un hachazo. Así estuvieron hasta que Marco se cansó de robarle el bombillo al carnicero. Y un día, en la noche, se los dejó todos en una caja de cartón junto a la puerta.
    Los cuatro jugadores, alrededor de la mesa, veían a Marco expectantes. Con el cañón descansando sobre su sien, Marco veía el bombillo —y pensó en la lotería de Babilonia, donde el ganador pierde—, y de repente se apagó.

    Pedro Querales. Del libro "Sol rosado"

    ResponderEliminar
  4. ¿Y... qué estaré leyendo yo?

    Frente a la librería, mentalmente, saco la cuenta de los gastos del mes para saber cuánto me queda y ver si puedo comprar algunos libros. Tabucchi, Pessoa, Lispector, Ciorán, Cadenas, Proust, Cortázar, Luis Cedeño, Kafka y otros más, dan vueltas en mi cabeza junto a cifras, recibos y facturas de teléfono, gas, agua, alquiler, Internet... A mi lado, un hombre también observa los libros. Después de un rato, me alejo.
    Absorto, sumido en mi suave contabilidad literaria, cruzo la calle y gano la otra acera. El hombre que veía los libros me adelanta y camina delante de mi. Oigo un grito y unos pasos apurados que azotan violentamente la calle. Un celaje me tropieza y casi me tumba. Alzo la vista y veo un policía en la otra esquina. "¡Párate...!" Escucho un disparo. Luego otro y otro. Con la segunda detonación,y sin saber cómo, yo ya estoy atrincherado y temblando en un recodo de pared. La gente grita y llora. Desde mi precario refugio miro hacia adelante. Hay un hombre tirado en el suelo. De su cabeza sale tibio y zigzagueante un hilillo de sangre que se ramifica en tres. Uno, como si supiera que yo estoy allí escondido, o como si yo lo llamara silbándole y chasqueándole los dedos, corre hacia mi alegre y retozón. Y desviando constantemente su carrera a derecha e izquierda, como una traviesa mascota, llega hasta mis pies. Donde se echa y se espesa, formando una caprichosa figura. Mientras los otros dos, continúan veloces y sinuosos sus impredecibles rutas durante un largo trecho. Hasta que vuelven a encontrarse y vuelven a ser uno otra vez. El reencuentro le da nuevas fuerzas. Y ahora corre más rápido y decidido en dirección del hilo dorado que dejó caer el ladrón en su desesperada carrera. Y al que finalmente se une.
    Me repongo del susto.Me incorporo y voy hacia donde está el hombre, que ya comienza a ser rodeado por los curiosos. Es el mismo que veía los libros junto a mí. Está vivo aún. Tiene los ojos muy abiertos, y ve, entre aterrorizado y suplicante, a los que lo rodean. Me agacho y trato de ayudarlo, de reconfortarlo. Levanto su cabeza y la apoyo en mi brazo. Alguien grita: "¡Está vivo...! ¡Está vivo...! ¡Llamen una ambulancia...! ¡Una ambulancia...! ¡Está vivo...!" Pero nadie se mueve.Todos están como hechizados por el incidente. El hombre dirige sus ojos, ya calmados y resignados, hacia mi,y me dice: "El extranjero... El extranjero..." "¿¡Qué!? ¿¡Como¡?" le pregunto extrañado. Y antes de cerrar definitivamente los ojos, y con una leve sonrisa en los labios, murmura: "Que estoy leyendo El extranjero. Y yo siempre me pregunté qué estaría leyendo yo cuando me llegara la muerte"
    Autor: Pedro Querales. Del libro"Fábulas urbanas

    ResponderEliminar
  5. El estanque


    En uno de sus numerosos viajes a China, el eminente antropólogo y lingüista checo, Joseph Hrilka, mi padre, encontró unos antiguos palimpsestos -diez en total- en la tumba de uno de los miembros de una ancestral y olvidada dinastía. Los pergaminos contienen lo que se puede considerar hasta hoy,los más remotos antecedentes del cuento breve o minicuento.
    Antes de morir, mi padre me los entregó y me pidió que los tradujera. Me dijo: "Traduce estos milenarios manuscritos, hijo, y encontrarás el secreto de la vida y felicidad"
    Llevo más de cuarenta años dedicado a esa labor.Y he aquí lo primero que he logrado traducir:
    La moral, la ética, los principios...
    Las cosas realmente no son tan rígidas
    Yo he visto a la dura montaña
    ondular suave y cadenciosamente en el estanque
    ante el más leve soplo de una fresca, subrepticia
    e incitadora brisa.

    Den Pen Xi

    Pedro Querales. Del libro"Fábulas urbanas"




    Pedro Querales. Del libro "Fábulas urbanas"

    ResponderEliminar