Vuelvo con la publicación de uno de mis cuentos breves, éste último, asociado a malas experiencias que lamentablemente se han hecho mas comunes de lo que quisiéramos y que nos sacan de nuestra tranquilidad habitual... espero les guste
Hoy no es un Buen Día
Por:
Arturo Pérez Arteaga:.
El momento
fue de mucho estrés y riesgo, en cuestión de segundos mientras Manuel intentaba
alcanzar su vehículo dos sujetos lo interceptaron pistolas en mano y lo
sometieron de inmediato.
Luego de
propinarle unos golpes, el que parecía liderar la operación, un delincuente con
una cicatriz que le atravesaba el rostro y a quien le faltaban los incisivos
superiores, lo hizo conducir hasta sacarlo de la ciudad. En el camino lo
amenazaba con un arma en la cabeza diciéndole que lo asesinarían si algo salía
mal. Manuel condujo hasta un lugar bastante remoto, oscurecía cuando le
ordenaron detener el vehículo, lo bajaron a golpes e hicieron que se desvistiera,
en ese momento esperaba lo peor, no obstante, sus asaltantes sólo subieron al
auto y lo dejaron allí no sin antes advertirle que si quería vivir pasara la
noche en aquel sitio y buscara al amanecer la carretera principal.
Manuel quien
ni siquiera en la más horrible de sus pesadillas habría imaginado algo así,
temblaba de forma involuntaria con sacudidas repentinas, mezcla de frío y
terror. Esperó un lapso que consideró prudencial, armándose de valor decidió
buscar auxilio. Caminó un largo trecho en la dirección en la que había llegado
conduciendo, sus pies descalzos acusaban lo agreste del camino ya oscuro, a lo
lejos pudo divisar una pequeña luz, por primera vez, desde que aquella
situación comenzó respiró aliviado. Sus pasos se aceleraron y le llevaron a un
rancho de barro y zinc, atravesó la barda pudiendo divisar a un par de
comensales en una mesa mal iluminada debajo de una acacia, tímidamente se les
acercó, cuando estaba a punto de articular palabra, sus miradas se cruzaron y
distinguió de inmediato la gran cicatriz en la cara y los dientes faltantes.
-APA-
Cruel. Fatalista y en comando de la necesaria ficción. Estupendamente bien escrito. Ni una letra más, ni una letra menos
ResponderEliminarGracias por ese generoso comentario hermano
ResponderEliminarMe ha gustado. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarEl bombillo del carnicero
ResponderEliminarCuando le tocó el turno a Marco, ya habían pasado tres de los cinco que jugaban. El sonido del tambor al girar —esa era la única regla del juego: que cada uno lo hiciera girar antes de ponérselo en la cabeza—, le recordaba el del rache de su bicicleta cuando le daba a los pedales hacia atrás. A Marco siempre le había gustado correr riesgos: pequeños, grandes o extremos, pero siempre en riesgo. Le pasaron el arma —ni pesada ni liviana, en ese momento eso no se percibe— y le dio con fuerza al tambor.La levantó y se la colocó sobre la sien derecha. Al alzar la cabeza vio el bombillo que mal iluminaba la habitación con su luz amarillenta, y recordó cuando le robaba el bombillo de la casa al carnicero. Fue así como comenzó este vicio por el riesgo y el peligro. “¡A que no le robas el bombillo al carnicero!” le dijeron sus amigos. “A qué sí” les respondió Marco. En la noche, muy tarde, se reunieron frente a la casa del carnicero.Marco salió de entre las sombras y, sigilosamente, se dirigió hacia el porchecito de la vivienda. Unos perros ladraron desde el interior.Marco se detuvo y esperó. Los perros se callaron.Con mucho cuidado y lentamente Marco abrió la pequeña reja de hierro,pero de todas maneras chirrió en sus goznes.Los perros volvieron a ladrar.Esta vez más fuerte y durante más tiempo.El semáforo de silencio le dio luz verde a Marco de nuevo.Se detuvo frente a la puerta de madera y miró hacia abajo: “Bienvenido” decía la alfombra iluminada por la luz que salía a través de la rendija inferior de la puerta.Y pudo escuchar las voces del carnicero y su mujer que se mezclaban con las de la televisión.Respiró profundo y se santiguó.Luego se ensalivó los dedos y aflojó el bombillo. Al apagarse, los perros volvieron a ladrar. Incluso, algunos aullaron.Se detuvo y permaneció así,congelado e inmóvil como una estatua viviente, un largo rato.Lo terminó de sacar y echó el candente bulbo en la especie de hamaca que se formó a la altura de su abdomen al levantarse el borde inferior de la franela.Retrocedió y salió de espaldas, con la luz del bombillo en la sonrisa y el trofeo, ya frío, entre sus manos.
Al siguiente día Marco tuvo que ir a la carnicería a comprarle unas costillas a su madre.El carnicero estaba furioso.Todo ensangrentado vociferaba y maldecía mientras descuartizaba una res que colgaba del techo. “Si lo llego a atrapar lo despellejo” y hundía el afilado cuchillo que rasgaba la insensible carne. “¡Lo voy a cazar! ¡Sí, lo voy a cazar! ¡Ese vuelve! Pero yo lo voy a estar esperando” Entonces la situación se convirtió en un reto para Marco: el juego del gato y el ratón.Marco esperó un tiempo prudencial, quince o veinte días, y volvió a robarle el bombillo al carnicero.Al otro día se acercó a la carnicería para ver su reacción.Y lo escuchó rabiar: “¡Maldito ladrón! ¡Me volvió a robar el bombillo!” le decía a un cliente mientras le cercenaba la cabeza a un cerdo de un hachazo.Así estuvieron hasta que Marco se cansó de robarle el bombillo al carnicero.Y un día, en la noche, se los dejó todos en una caja de cartón junto a la puerta.
Los cuatro jugadores, alrededor de la mesa, veían a Marco expectantes. Con el cañón descansando sobre su sien, Marco veía el bombillo —y pensó en la lotería de Babilonia, donde el ganador pierde—,y de repente se apagó.
Pedro Querales. Del libro "Sol rosado"