Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

jueves, 21 de diciembre de 2017

¿A que sabe la navidad?. Cuento

Comparto con ustedes el cuento de navidad que escribí este año, ya casi se hace un hábito el tener uno para estas fiestas que son tan importantes para muchas personas, por muchas razones. A mi parecer, lo mas importante, mas allá de creencias religiosas, es el despertar de ese espíritu de fraternidad y amor que me gustaría durara todo el año y no sólo en estas fechas.



¿A que sabe la navidad?
Por: Arturo Pérez Arteaga

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Cuando aquella mañana decembrina, la mejor amiga de mi madre fue hasta nuestra casa de visita y nos llevó un frasco de dulce de lechosa, me invadieron de inmediato los recuerdos, me era inevitable, evocar al instante el sabor del más delicioso que he degustado en toda mi vida, el que hace mi abuelita, quien todos los años en la época navideña, se afana mucho en preparar una buena cantidad de este suculento postre para repartir a sus amigos y familiares.

Mis remembranzas me llevaron años atrás, al día en que me encontraba en su casa y la vi trajinar mucho en su cocina, tanto que hasta me sentí agotado sólo de observarla.
 
Seleccionaba las lechosas, preparaba el almíbar, lavaba los frascos y sus tapas, picaba y rallaba, en fin, ejecutaba todas las actividades asociadas para preparar el sabroso e incomparable dulce. Recuerdo que le pregunté:

- Abuelita, si la preparación del dulce te da tanto trabajo, ¿por qué lo haces? ¿no es mejor que le digas a mi papá o alguno de mis tíos que lo compren y listo?

Mi abuela, en su infinita bondad, me miró con sus ojos de miel, que una vez fueron muy brillantes adornos de un rostro juvenil, y hoy día decoran una cara surcada por las huellas del tiempo pero que sigue siendo muy hermosa, y me dijo:

- Mi niño bello, todo el trabajo que invierto en la elaboración del dulce, no es más que el reflejo del amor que le pongo a lo que hago. Además me encanta que la familia y los amigos vengan a casa al menos en la navidad, aunque sea con la excusa de buscarlo.

- ¿Y no te molesta que no vengan en todo el año sino sólo en navidad y para comer dulce?

- No hijo, yo sé que soy una vieja que no sabe mucho de nada, pero siempre creí y aún lo hago, que ese es precisamente el sentido de la navidad. Lo que nos enseñó quien celebra su cumpleaños cada 25 de Diciembre desde hace más de dos mil años, es que debemos dar con todo el amor que nos sea posible sin esperar recibir nada a cambio. Y bueno, nunca está de más que por cualquier razón una viejita solitaria como yo tenga visitas, aunque sea una vez al año. Ya es una tradición ¿no te parece?

- ¡Ay abuelita!, muchas gracias por tan bonita lección, mi regalo de este año para ti, es la promesa de que te vendré a visitar, al menos una vez por semana y así celebraremos juntos la navidad todo el año.

Sus ojos, inundados de lágrimas que no llegaron a escaparse, contrastaron con la magnífica sonrisa, predecesora del abrazo inolvidable que me dio para terminar tan significativa conversación, porque se fijó en mi memoria como una ley de vida.

Desde entonces he tratado de cumplir mi promesa y cuando en ocasiones me siento cansado, sin ganas de salir de casa, recuerdo, el afán de mi abuela, ese que pone en hacer el mejor dulce del mundo y de inmediato, el recuerdo que viene a mi memoria y endulza mi paladar, me lleva como a empellones directamente a su casa a darle un sonoro beso y un fuerte abrazo para cumplir con mi promesa, porque gracias a su enseñanza, la navidad sabe a dulce de lechosa.


-FIN-
 

lunes, 18 de diciembre de 2017

Réquiem con tostadas. De Mario Benedetti

Lo hermoso de compartir con la gente a la que le gusta la literatura es que siempre te premian con grandes regalos, incluso sin proponérselo. La Señora Isabel Casanova, que es uno de mis contactos del Facebook, me habló de este cuento, lo leí y de inmediato me ví en la necesidad de compartirlo con ustedes en este espacio.
Mario Benedetti tiene una obra tan prolífica como buena y para ser sincero me gusta mas su prosa que su poesía, pero no soy quien para criticar, sólo admiro, aprecio y agradezco que tuviese el gesto de compartirla con nosotros.

Para ustedes...

Réquiem con tostadas
De: Mario Benedetti
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Sí, me llamo Eduardo. Usted me lo pregunta para entrar de algún modo en conversación, y eso puedo entenderlo. Pero usted hace mucho que me conoce, aunque de lejos. Como yo lo conozco a usted. Desde la época en que empezó a encontrarse con mi madre en el café de Larrañaga y Rivera, o en éste mismo. No crea que los espiaba. Nada de eso. Usted a lo mejor lo piensa, pero es porque no sabe toda la historia. ¿O acaso mamá se la contó? Hace tiempo que yo tenía ganas de hablar con usted, pero no me atrevía. Así que, después de todo, le agradezco que me haya ganado de mano. ¿Y sabe por qué tenía ganas de hablar con usted? Porque tengo la impresión de que usted es un buen tipo. Y mamá también era buena gente. No hablábamos mucho de ella y yo. En casa, o reinaba el silencio, o tenía la palabra mi padre. Pero el Viejo hablaba casi exclusivamente cuando venía borracho, o sea casi todas las noches, y entonces más bien gritaba. Los tres le teníamos miedo: mamá, mi hermanita Mirta y yo. Ahora tengo trece años y medio, y aprendí muchas cosas, entre otras que los tipos que gritan y castigan e insultan, son en el fondo unos pobres diablos. Pero entonces yo era mucho más chico y no lo sabía. Mirta no lo sabe ni siquiera ahora, pero ella es tres años menor que yo, y sé que a veces en la noche se despierta llorando. Es el miedo. ¿Usted alguna vez tuvo miedo? A Mirta siempre le parece que el Viejo va a aparecer borracho, y que se va a quitar el cinturón para pegarle. Todavía no se ha acostumbrado a la nueva situación. Yo, en cambio, he tratado de acostumbrarme. Usted apareció hace un año y medio, pero el Viejo se emborrachaba desde hace mucho más, y no bien agarró ese vicio nos empezó a pegar a los tres. A Mirta y a mí nos daba con el cinto, duele bastante, pero a mamá le pegaba con el puño cerrado. Porque sí nomás, sin mayor motivo: porque la sopa estaba demasiado caliente, o porque estaba demasiado fría, o porque no lo había esperado despierta hasta las tres de la madrugada, o porque tenía los ojos hinchado de tanto llorar. Después, con el tiempo, mamá dejó de llorar. Yo no sé cómo hacía, pero cuando él le pegaba, ella ni siquiera se mordía los labios, y no lloraba, y eso al Viejo le daba todavía más rabia. Ella era consciente de eso, y sin embargo prefería no llorar. Usted conoció a mamá cuando ella ya había aguantado y sufrido mucho, pero sólo cuatro años antes (me acuerdo perfectamente) todavía era muy linda y tenía buenos colores. Además era una mujer fuerte. Algunas noches, cuando por fin el Viejo caía estrepitosamente y de inmediato empezaba a roncar, entre ella y yo lo levantábamos y lo llevábamos hasta la cama. Era pesadísimo, y además aquello era como levantar a un muerto. La que hacía casi toda la fuerza era ella. Yo apenas si me encargaba de sostener una pierna, con el pantalón todo embarrado y el zapato marrón con los cordones sueltos. Usted seguramente creerá que el Viejo toda la vida fue un bruto. Pero no. A papá lo destruyó una porquería que le hicieron. Y se la hizo precisamente un primo de mamá, ese que trabaja en el Municipio. Yo no supe nunca en qué consistió la porquería, pero mamá disculpaba en cierto modo los arranques del Viejo porque ella se sentía un poco responsable de que alguien de su propia familia lo hubiera perjudicado en aquella forma. No supe nunca qué clase de porquería le hizo, pero la verdad era que papá, cada vez que se emborrachaba, se lo reprochaba como si ella fuese la única culpable. Antes de la porquería, nosotros vivíamos muy bien. No en cuanto a la plata, porque tanto yo como mi hermana nacimos en el mismo apartamento (casi un conventillo) junto a Villa Dolores, el sueldo de papá nunca alcanzó para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros para darnos de comer y comprarnos de vez en cuando alguna tricota o algún par de alpargatas. Hubo muchos días en que pasábamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero en esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba, ni nos pegaba, y a veces hasta nos llevaba a la matinée. Algún raro domingo en que había plata. Yo creo que ellos nunca se quisieron demasiado. Eran muy distintos. Aún antes de la porquería, cuando papá todavía no tomaba, ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía y no le hablaba a nadie, pero por lo menos no nos pegaba ni la insultaba a mamá. Ojalá hubiera seguido así toda la vida. Claro que después vino la porquería y él se derrumbó, y empezó a ir al boliche y a llegar siempre después de media noche, con un olor a grapa que apestaba. En los últimos tiempos todavía era peor, porque también se emborrachaba de día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de que los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían miedo. También yo le tenía miedo, no sólo por mi y por Mirta, sino especialmente por mamá. A veces yo no iba a la escuela, no para hacer la rabona, sino para quedarme rondando la casa, ya que siempre temía que el Viejo llegara durante el día, más borracho que de costumbre, y la moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco y menudo que soy, y todavía entonces lo era más, pero quería estar cerca para avisar a la policía. ¿Usted se enteró de que ni papá ni mamá eran de ese ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado, no diré que tienen plata, pero por lo menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos con bidet y bañera. Después que pasó todo, Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana, la madre de mi papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de mamá. Ahora casi se pelearon por recogernos, pero cuando papá y mamá se casaron, ellas se habían opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor tenían razón) y cortaron las relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía seis meses. Eso me lo contaron una vez en la escuela, y yo le reventé la nariz al Beto, pero cuando se lo pregunté a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía ganas de hablar con usted, porque (no sé qué cara va a poner) usted fue importante para mí, sencillamente porque fue importante para mi mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero creo que nunca podré decírselo. Teníamos siempre tanto miedo, que no nos quedaba tiempo para mimos. Sin embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía no sé qué, algo así como una emoción que no era lástima, sino una mezcla de cariño y también de rabia por verla todavía joven y tan acabada, tan agobiada por una culpa que no era suya, y por un castigo que no se merecía. Usted a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre era inteligente, por cierto bastante más que mi padre, creo, y eso era para mi lo peor: saber que ella veía esa vida horrible con los ojos bien abiertos, porque ni la miseria ni los golpes ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla. La ponían triste, eso sí. A veces se le formaban unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le pasaba algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala conmigo. Ni con nadie. Pero antes de que usted apareciera, yo había notado que cada vez estaba más deprimida, más apagada, más sola. Tal vez por eso fue que pude notar mejor la diferencia. Además, una noche llegó un poco tarde (aunque siempre mucho antes que papá) y me miró de una manera distinta, tan distinta que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera vez se enterara de que yo era capaz de comprenderla. Me abrazó fuerte, como con vergüenza, y después me sonrió. ¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo. A mí me preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces al trabajo (en los últimos tiempos hacía el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué se trataba. Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también me quedé contento. La gente puede pensar que soy un desalmado, y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por eso nunca lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso para mí fue algo así como una suerte. Porque ella se merecía que la quisieran. Usted la quería ¿verdad que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro que al Viejo también trato de comprenderlo. Es difícil, pero trato. Nunca lo pude odiar, ¿me entiende? Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre. Cuando nos pegaba, a Mirta y a mi, o cuando arremetía contra mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima. Lástima por él, por ella, por Mirta, por mí. También la siento ahora, ahora que él ha matado a mamá y quién sabe por cuanto tiempo estará preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace por lo menos un mes que voy a visitarlo a Miquelete y acepta verme. Me resulta extraño verlo al natural, quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría de las veces no dice nada. Yo creo que cuando salga, ya no me va a pegar. Además, yo seré un hombre, a lo mejor me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a mis hijos no les pegaré, ¿no le parece? Además estoy seguro de que papá no habría hecho lo que hizo si no hubiese estado tan borracho. ¿O usted cree lo contrario? ¿Usted cree que, de todos modos hubiera matado a mamá esa tarde en que, por seguirme y castigarme a mí, dio finalmente con ustedes dos? No me parece. Fíjese que a usted no le hizo nada. Sólo más tarde, cuando tomó más grapa que de costumbre, fue que arremetió contra mamá. Yo pienso que, en otras condiciones, él habría comprendido que mamá necesitaba cariño, necesitaba simpatía, y que él en cambio sólo le había dado golpes. Porque mamá era buena. Usted debe saberlo tan bien como yo. Por eso, hace un rato, cuando usted se me acercó y me invitó a tomar un capuchino con tostadas, aquí en el mismo café donde se citaba con ella, yo sentí que tenía que contarle todo esto. A lo mejor usted no lo sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá era muy callada y sobre todo no le gustaba hablar de sí misma. Ahora estoy seguro de que hice bien. Porque usted está llorando, y, ya que mamá está muerta, eso es algo así como un premio para ella, que no lloraba nunca.

-o-

lunes, 11 de diciembre de 2017

Tatuaje. De Ednodio Quintero

Para el disfrute de los visitantes de este blog, les remito otro gran cuento breve de este extraordinario escritor y les digo que hasta ahora no he leido nada de el que no me guste.


Tatuaje
De: Ednodio Quintero
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Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.


La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos: breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad. En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.


El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.

-o-

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Otro. De Luisa Valenzuela

De esta genial narradora y poeta argentina, les traigo un cuento breve que me gustó mucho. Se los comparto y espero que lo disfruten.

Otro
De: Luisa Valenzuela
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Ella va caminando por el parque, su pelo al viento, cuando aparece el otro surgido de la nada. Un muchachito con idénticos pantalones negros y la cara totalmente pintada de blanco, una máscara sobre la cual de manera inexplicable se sobreimprime la máscara de ella: sus mismas cejas elevadas, sus ojos azorados. Ella sonríe con timidez y él le devuelve exactamente la misma sonrisa en un juego de espejos. Ella mueve la mano derecha y él mueve la izquierda, ella da un paso amplio y él da el mismo paso, el mismo modo de andar, los idénticos gestos, las cadencias.

Empieza el juego de proyectos, proyecciones. Fantasías como la de lavarle la cara al otro y encontrar tras la pintura blanca la propia cara. O acoplarse  con él como una forma un poco torpe de completarse a sí misma. O dejarlo partir y quedarse sin sombra.

Vanos proyectos mientras el otro la va siguiendo por el parque, reflejando cada uno de sus gestos. Adentrándose cada vez más en la espesura  a dos pasos de distancia. Las mismas expresiones. Hasta que él cruza, sin avisar, sin proponérselo, el abismo separador de los dos pasos y ocupa el lugar de ella. Para siempre.

BREVS. Microrrelatos completos hasta hoy, Córdoba (Argentina), Alción, pág. 30, 2004.

Mas de Luisa Valenzuela:

Visión de reojo
https://apatrinchera.blogspot.com/2018/01/vision-de-reojo-de-luisa-valenzuela.html 
 
 

lunes, 4 de diciembre de 2017

Mis aventuras con El Principito. Relato

Hoy quiero compartirles un relato que me ocurrió hace poco y me pareció tan mágico y significativo que sentí la gran necesidad de compartirlo con todo aquel que lo quiera leer.

Mis aventuras con El Principito
Por: Arturo Pérez Arteaga:.
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Hace algunos meses, mi hija Malak garabateaba en una hoja blanca con un bolígrafo. En un momento dejó de dibujar y caminó hasta la cocina, donde estaba su mamá y le pidió que le sacara punta a su bolígrafo.

A pesar de que su madre de le explicó de varias maneras y hasta en dos idiomas que no se necesita sacar punta a los bolígrafos, la niña insistía y ambas se desesperaban, hasta que la mamá resolvió decirle que me lo pidiera a mi.

Mientras mi beba se me acercaba, pude evocar el frangmento de "El Principito" en el que éste le pedía al aviador que le dibujara una oveja, entonces tomé el bolígrafo que Malak me extendía, lo puse en la palma de mi mano, la cerré y lo giré como se hace cuando tenemos un sacapuntas. Después de varias vueltas se lo entregué y le dije "listo". Mi niña, luego de agradecerme siguió con sus dibujos ante la mirada atónita de su madre.

-FIN-