No se me ocurre una mejor manera de celebrar el día mundial de la poesía -que maravillosamente coincide con el cumpleaños de mis madres las morochas- que compartiendo con ustedes este hermosísimo cuento del venezolano Julio Garmendia.
No me canso de admirar la manera magistral de su narración, en la que nunca se presenta comfusión alguna con sus personajes, a pesar de que ambas tienen el mismo nombre, no obstante eso no es lo mejor del cuento. Definitivamente está muy bien logrado y pudo sacarme un par de lágrimas.
Así que para quienes como yo, hasta ahora no lo habían conocido, no se lo pueden perder y para las y los afortunados que ya lo leyeron, les invito a refrescarlo.
"Las dos Chelitas"
De: Julio Garmendia
Chelita tiene un conejo; pero Chelita la de enfrente tiene un sapo.
Además de su conejito, tiene Chelita una gata, dos perros, una perica y
tres palomas blancas en una casita de madera pintada de verde. Pero no
ha podido ponerse en un sapo, en un sapo como el de Chelita la de
enfrente, y su dicha no es completa.
—Chelita —le dice— ¡te cambio tu sapo por la campana de plata con la cinta azul!
Pero
no, Chelita la de enfrente no cambia su sapo por la campana de plata
con la cinta azul… no lo cambia por nada, por nada del mundo. Está
contenta de tenerlo, de que se hable de él —y ella, por supuesto—, y de
que Pablo el jardinero diga, muy naturalmente, cuando viene a cortar la
grama:
—Debajo de los capachos está durmiendo el sapo de la niña Chelita.
Cuando
empieza a anochecer, sale el sapo de entre los capachos, o del húmedo
rincón de los helechos; salta por entre la cerca y se va a pasear por la
acera. Chelita lo ve, y tiembla de miedo, no lo vaya a estropear un
automóvil, o lo muerda un perro, o lo arañe la gata de la otra Chelita.
Tener un sapo propio es algo difícil, y que complica extraordinariamente
la vida; no es lo mismo que tener un perro, un gato o un loro. Tampoco
puede usted encerrarlo, porque ya entonces el sapo no se sentiría feliz,
y esto querría decir que usted no lo ama.
Agazapada en su
jardín, detrás de la empalizada, Chelita la de acá, mira, también, con
angustia, mientras el sapo da saltos por la calle; y exclama
profundamente asombrada:
—¡Que raro! No puede correr, ni volar… ¡Pobrecito el sapo!
Y
se estremece cada vez que se acerca un automóvil, o si pasa un perro de
regreso a su casa para la hora de la cena, o si brillan, de repente,
unos ojos de gata entre las sombras. Al mismo tiempo, piensa, compara…
Ella tiene tantos animales —además de su muñeca Gisela—, y nadie habla
nunca de eso. En cambio, Chelita la de enfrente, no tiene más que un
sapo, uno solo, y todo el mundo lo refiere, lo ríe y lo celebra. Esto no
le gusta mucho a Chelita la de acá, que se siente disminuida a sus
propios ojos.
—Chelita —dice—, ¡además de la campana con la cinta
azul, te voy a dar otra cosa! ¡Mira! Las palomas están haciendo nido,
llevan ramas secas a la casita; te doy también los pichones cuando
nazcan… ¡No!, cuando ya estén grandes y coman solos…
—No
—contesta sin vacilar Chelita la de allá—; no lo cambio por nada; es lo
único que tengo. A papa no le gustan los animales —añade, dirigiendo una
mirada al vasto y desierto jardín de su casa—, y el sapo, el no lo ve
nunca; es lo único que puedo tener yo, y no lo cambio por nada. ¡Por
nada!
—¿Y si te doy también a Gisela con todos sus vestidos, el rosado, el floreado, el de terciopelo? —insiste Chelita.
—Ya te he dicho que no —responde inflexible Chelita la de enfrente.
—¿Y si te doy también a Coco? —pregunta, estremeciéndose de su propia audacia, Chelita la de acá.
—Tampoco.
—¿Y si te doy también a Pelusa?
—Tampoco.
—¿Y al Rey? ¿Y a Ernestina? Y las palomas en su casita? —dice Chelita en un frenesí.
—¡Tampoco! ¡Tampoco!
—¡Tonta! —le dice Chelita la de acá—. ¿Crees tú que te voy a dar todo eso por un sapo?
—No me lo des, yo no te lo estoy pidiendo; ya te he dicho que por nada cambio mi sapo. ¡Aunque me des lo que sea!
Y
así están las cosas. Si el sapo tuviera sapitos, Chelita la de
enfrente, de seguro, le daría uno, o dos, o tres, a Chelita; pero ¿quién
va a saberlo? La vida de los sapos es extraña, nadie sabe lo que hacen
ni lo que no hacen. No son como las palomas, por ejemplo, que todo el
mundo sabe cuando hacen un nido, y cuántos huevos ponen, y cómo dan de
comer a sus hijitos, y lo que quieren, lo que hacen, lo que dicen. ¿Pero
quién sabe nada de los sapos de su propio jardín? Apenas si alguna vez,
de noche, después que ha llovido mucho o que han regado copiosamente
las matas, se oye… pla… pla… pla… es el sapo… es el sapo que anda por
ahí y eso es todo.
A comienzo de la estación lluviosa, el mismo
día en que el cielo se nubló y cayeron gruesas gotas, una tarde gris,
Chelita se nos fue, Chelita la de acá… Era una débil niña; la rodeábamos
de tantos animales, porque la atraían profundamente; quizás, también,
por eso mismo —sin darnos cuenta apenas—, por ver si lograban ellos
retenerla… hacernos el milagro de atarla a las criaturas; a los juegos; a
la luz; al aire y a sus nubes; a la hierba y su verdor… ¡A la vida!
Hoy
fuimos nuevamente a visitarla en el pequeño jardín cuadrado en donde
duerme. Oculto entre el helecho y los capachos, entre las coquetas, las
cayenas y las begonias, que ya forman, todos juntos, un húmedo
bosquecito enmarañado… oculto ahí, en la sombra y en la humedad, vimos
un sapo…
Era Chelita —Chelita la de enfrente— que se lo había llevado a Chelita, y se lo había puesto allí.
…Y
Chelita la de enfrente tiene ahora en su casa un conejito, una gata,
dos perros, una perica y cinco o seis palomas blancas en una casita de
madera pintada de verde. Y Chelita la de acá… Pero, ¿qué digo…? ¡la de
mucho, mucho más allá…! Tiene ahora un misterioso amigo, entre el
helecho y los capachos, en el húmedo bosquecito enmarañado en donde
duerme… Un misterioso amigo que sale a andar y a croar cerca de ella, a
la hora en que comienza a oscurecer… Un misterioso y raro amigo…
-o-
Tomado del libro "Antología del Cuento Venezolano" de Guillermo Meneses. Monte Avila Editores. 8va. Edición 2003