Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

martes, 30 de mayo de 2017

Todo a pulmón. De Miguel Rios

En esta oportunidad comparto con ustedes un video de una canción  que es todo un himno al esfuerzo y a la lucha, pero sobre todo a defender lo que somos, sin importar cuanto nos puedan criticar, porque al fin es nuestra vida y somos nosotros quienes la vivimos...  De Miguel Rios "Todo a pulmón" que la disfruten


domingo, 28 de mayo de 2017

Hábitat Poético: "Camino al lejano oriente" versión final

Por razones personales, básicamente asociadas a ese proceso de crecimiento al que debemos someternos todas y todos los que ejercemos un oficio a fin de poder mejorar lo que hacemos, este cuento que fue presentado en este blog hace algún tiempo, es nuevamente traído en una entrada con algunas modificaciones, tal y como quedará impreso en el libro "Cuentos en progreso" que será editado por la editorial artesanal Novilunio.

Primero les anexo el enlace donde pueden encontrar la primera versión: Primera versión de "Camino al lejano oriente"

y ahora les presento la última versión, algo corregida y ampliada... desde luego, si quieren hacer un comentario al respecto siempre estoy dispuesto a leerlos y/o escucharlos



Camino al lejano oriente

Por: Arturo Pérez Arteaga:.
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Era casi imperceptible cuando lo vi por primera vez, apenas se limitaba a una pequeña hendidura en la carretera, poco tiempo después me asombró al convertirse en un colosal hueco que se debe esquivar de forma obligada...

jueves, 25 de mayo de 2017

Por esta libertad. De Fayad Jamis

Un hermoso poema de un artista que aunque nació en México es considerado como cubano, se trata de Fayad Jamis. Su obra que ha sido premiada y con buena acogida entre los poetas latinoamericanos debe ser incluída en este humilde espacio.

Por esta libertad
De: Fayad Jamis
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Por esta libertad de canción bajo la lluvia

habrá que darlo todo.

Por esta libertad de estar estrechamente atados

a la firme y dulce entraña del pueblo

habrá que darlo todo.

domingo, 21 de mayo de 2017

Olvido y ceniza. Cuento breve

Quizá uno de los miedos que más constantemente me ha perseguido es el perder la memoria en algún momento de la vida y por cualquier razón, por esto me vi motivado a escribir el cuento que les presento a continuación... que lo disfruten

Olvido y ceniza

Por: Arturo Pérez Arteaga:.
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Me dio por escribir apenas aprendí a vivir, no fue porque lo hiciera bien sino por la necesidad que sentía de contar todo lo que me ocurría, de la manera más sincera posible, sin adornos, sin imágenes ni figuras literarias, no era la construcción artística lo que me movía.

martes, 16 de mayo de 2017

Ganas de vivir. Cuento breve

Este cuento fue inspirado en una anécdota contada por una hermosa contertuliana y excelente poeta llamada Aracelis Bracho, simplemente tomé la historia y la llevé al mundo de la ficción... como siempre, espero que les guste

Ganas de vivir
Por: Arturo Pérez Arteaga:.
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En sus ansias desesperadas por vivir y aprender para escapar del yugo que la oprimía, decidió no comer por mucho tiempo para saber lo que es el hambre.

sábado, 13 de mayo de 2017

Tus huellas y las mias

Con motivo de la celebración del día de las madres, mañana Domingo 14 de Mayo, le escribí esto como regalo a mis amadas madres: Benita Del Cármen (mi madre biológica) y Benita Josefina (mi otra madre). Por esto y otras cosas soy un hombre muy afortunado.

Desde luego, también se lo dedico a todas las madres que se atreven a visitar mi blog y leer las cosas que escribo y comparto.


Tus huellas y las mías
Por: Arturo Pérez Arteaga
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De niño me encantaba verte ejecutar las labores domésticas, me quedaba absorto contemplando como por ejemplo, con toda destreza eras capaz de planchar una camisa, deshuesar un pollo o doblar una de esas inmensas sábanas que se usan para cubrir las camas.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Todos nuestros pueblos son Macondo. Versión final

Luego de mucho trabajo, al fin logramos el objetivo planteado, compilar un libro con el aporte de numerosos artistas de las letras, la plástica y la fotografía con material seleccionado para homenajear a ese gran escritor que dejó de ser colombiano para hacerse universal, por la gran calidad y calidez de su obra. Desde luego me refiero al gigante de Aracataca: Gabriel García Márquez, en ocasión de cumplirse este año, 90 primaveras desde su nacimiento y 50 desde la creación de su novela considerada por muchos la mejor: "Cien años de soledad".

La presentación oficial de la obra se hará en Cabimas el próximo 12 de Mayo a las 5 de la tarde en las instalaciones de Barranco Show, en el sector Ambrosio frente al hospital general y para esto están todas y todos cordialmente invitados.

El libro ya puede ser descargado  desde la siguiente dirección: https://payhip.com/b/tMbN

Espero que lo descarguen, lo lean y nos den sus impresiones. La idea es seguir trabajando en proyectos como este, que apelan al gran talento que hay en esta sub región del país unidos a todos los artistas latinoamericanos que nos han hecho el honor de acompañarnos. Sinceramente creo que el cielo es el límite.

Anexo en esta entrada, el prólogo del libro para que siva de abreboca. Que lo disfruten.

Prólogo

Muchos años después, frente a la pantalla de su computadora, Pedro Querales recordaría esa tarde remota en que su padre Silvestre Querales Querales, lo llevará por primera al viejo mercado municipal de Cabimas, allí disfrutó la vitamina de Cleto Fermín, el “levantón” de Piñero y el quesillo del restaurant Internacional. Vivían en La Misión, que para entonces era un barrio marginal, con calles medio petrolizadas, cercas de estantillos y alambres de púas, desde las casas se podía escuchar en la tardes el chapoteo del marullo y se observaba el lago de Maracaibo, con aguas todavía potables. Los pobladores del barrio, en su mayoría originarios de Falcón, Lara y los Andes, y un porcentaje de nativos, quienes se caracterizaban por su hablar escandaloso y por el “cantaíto” de su acento. Los venidos de las otras regiones se expresaban de manera más discreta y respetuosa. Fieles a sus costumbres poseían huertos familiares, donde se daba cualquier vegetal que se sembrara: maíz, caña de azúcar, caraotas, legumbres y hortalizas. Además, se criaba gallinas, pavos, cochinos, y, escasamente, chivos. A pesar de estar enclavada en una ciudad petrolera, la mayoría de los habitantes del barrio La Misión, no laboraba en la industria, la economía del sector dependía del matadero municipal, que estaba asentado casi a la salida de la ciudad, vía Santa Rita. Existían varios abastos, bodegas y bares, cuyos propietarios eran falconianos, mayoritariamente. Las tierras de la Misión eran altas, con respecto al resto de la ciudad, muy fértiles, por eso la gente tomó esos terrenos ejidos para edificar, primeramente, ranchos de bahareque con caña brava, barro y techos de enea.

La familia de Pedro Querales llegó a finales de los años 50, procedente del estado Lara, de Siquisique, como tantos venezolanos, huyendo de la miseria, pues el campo, ya no daba lo suficiente para el buen vivir. Habían vivido ancestralmente del cultivo del café, maíz y la cría de chivos, pero, cuando se lograba la cosecha, ya debían todo al bodeguero del pueblo. El mayor de los hermanos, Zenón, migró con su familia al Zulia, atraído por la “bonanza” petrolera. Llegaron a la zona rural, Los Guaudales. Posteriormente, Silvestre, hizo lo mismo. Allí duraron poco, pues se encontró, en un día de compras en el centro de la ciudad, con un primo que vivía en La Misión, quien lo invitó a que se mudará a una casa que estaba construyendo, y se la cedió mediante el pago de un modesto alquiler.

Los primeros meses fueron muy duros, pues Silvestre, no conseguía trabajo. En ese lapso, le nacieron morochos. Meses después, logró emplearse en el matadero municipal, cerca de la casa. Al poco tiempo, pudo comprar vivienda y se mudó, en la calle vecina. Se integraron a la vida del barrio, y en vacaciones, el turismo, consistía en bañarse en grupos en las todavía cristalinas aguas del lago. Al crecer, los hermanos Querales se sumaron a la vida activa de la ciudad, en sus respectivos liceos. En esa integración, la política y la cultura tomaron protagonismo. La lectura de los “comics”, de consumo masivo entre los niños y adolescentes, muy reprimidos por las maestras y profesores, quienes lo confiscaban, sin derecho a reclamo ni devolución.

martes, 9 de mayo de 2017

"La relatividad del ser". Cuento breve

El episodio relatado en el siguiente cuento lo podemos vivir en circunstancias en las que se produzcan reuniones de personas para cualquier fin, porque el fin no importa a la hora de resaltar o poner de manifiesto nuestra naturaleza contradictoria e irónica. Que lo disfruten


La relatividad del ser

Por: Arturo Pérez Arteaga:.
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En la asamblea de los sin camisa, discutían, hablaban y hasta gritaban sobre la mala situación. Oradores, planificados e improvisados hicieron gala de una gran elocuencia y dominio del tema, extrayendo lágrimas de muchos asistentes. Cuando todo estaba por finalizar, uno de los líderes le dice a su compañero, “salgamos rápido antes de que se forme el desorden y uno de estos pela bolas nos quiera robar”.

-APA-

domingo, 7 de mayo de 2017

Píntame angelitos negros. De Andrés Eloy Blanco

De uno de los grandes escritores venezolanos de todos los tiempos, el cumanés Andrés Eloy Blanco un hermoso poema por el cual siento un cariño muy especial desde niño. Disfrútenlo

Píntame angelitos negros
De: Andrés Eloy Blanco
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“¡Ah mundo! La Negra Juana,
¡la mano que le pasó!
Se le murió su negrito,
sí señor.
—Ay, compadrito del alma,
¡tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le acataba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito;
Dios lo tendrá dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del Cielo.
—Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.”

sábado, 6 de mayo de 2017

Un visón propio. De Truman Capote

Un excelente relato de uno de los grandes escritores que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, disfrútenlo y espero que lo comenten...

Un visón propio
De: Truman Capote 
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Mrs. Munson terminó de retorcer una rosa de lino en su pelo de color caoba y retrocedió unos pasos desde el espejo para apreciar el efecto. Después se recorrió las caderas con las manos..., el único problema era que el vestido le quedaba un poco demasiado prieto. «Unos arreglos no volverán a salvarlo», pensó, furiosa. Tras una última mirada de desdén a su reflejo, se volvió y entró en el cuarto de estar.
Por las ventanas abiertas entraban gritos muy fuertes, sobrenaturales. Vivía en el tercer piso y al otro lado de la calle estaba el patio de recreo de una escuela. A última hora de la tarde el ruido era casi insoportable. ¡Dios, si lo hubiera sabido antes de firmar el contrato de alquiler! Cerró las dos ventanas con un pequeño gruñido y, si fuera por ella, podían quedarse cerradas durante los dos años siguientes.
Pero estaba tan emocionada que no podía disgustarse de verdad. Vini Rondo venía a verla, figúrate, Vini Rondo..., ¡y esa misma tarde! Al pensarlo sentía un aleteo en el estómago. Habían pasado casi cinco años y Vini había estado todo ese tiempo en Europa. Cada vez que Mrs. Munson se encontraba en un grupo que hablaba de la guerra, su anuncio era invariable: «Bueno, como saben, en este mismo minuto tengo en París a una amiga muy querida, Vini Rondo, ¡estaba allí mismo cuando entraron los alemanes!¡Tengo auténticas pesadillas cuando pienso en lo que debe de estar pasando!» Lo decía como si fuera su propio destino el que se pesaba en la balanza.
Si había alguien en el grupo que no conociese la historia, se apresuraba a explicar lo referente a su amiga.
—Verá —empezaba—, Vini era la chica con más talento del mundo, interesada en el arte y todas esas cosas. Bueno, como tenía un montón de dinero se fue a Europa a pasar un año, como mínimo. Al final, cuando su padre murió hizo las maletas y se fue para siempre. Caray, tuvo una aventura y se casó con algún conde o barón o algún título. Quizás haya oído hablar de ella... Vini Rondo... Cholly Knickerbocker la mencionaba continuamente.
Y seguía perorando, como si fuera una lección de historia.
«Vini, de vuelta en América», pensó, con un regocijo incesante por la fantástica noticia. Amontonó sobre el sofá las almohadillas verdes y se sentó. Examinó la habitación con ojos penetrantes. Es curioso que no veamos realmente nuestro entorno hasta que esperamos una visita. Bueno, Mrs. Munson suspiró satisfecha, aquella chica nueva, cosa rara, había restituido pautas de antes de la guerra.
De pronto sonó el timbre. Sonó dos veces antes de que ella pudiera moverse, de tan emocionada que estaba. Por fin se serenó y fue a abrir.
Al principio no la reconoció. La mujer que tenía delante no llevaba aquel peinado tan chic, recogido en un moño..., por el contrario, lo llevaba más bien lacio y parecía desgreñado. ¿Y un vestido estampado en enero? Mrs. Munson procuró que su tono no delatase decepción cuando dijo:
—Vini, querida, te habría reconocido en cualquier parte.
La mujer seguía plantada en el umbral. Debajo del brazo llevaba una caja grande de color rosa y sus ojos grises miraban con curiosidad a Mrs. Munson.
—¿Sí, Bertha? —Su voz era un extraño susurro—. Qué amable, muy amable. Yo también te habría reconocido, aunque has engordado bastante, ¿no?
Aceptó entonces la mano extendida de Mrs. Munson y entró. La anfitriona estaba azorada y no supo qué decir. Entraron del brazo en el cuarto de estar y se sentaron.
—¿Te apetece un jerez?
Vini sacudió su cabecita morena.
—No, gracias.
—¿Un scotch, quizás? —preguntó Mrs. Munson, desalentada. El reloj con forma de estatuilla encima de la falsa repisa de chimenea sonaba débilmente. Hasta entonces no había notado lo fuerte que podía sonar.
—No —dijo Vini, con firmeza—, nada, gracias.
Mrs. Munson, resignada, volvió a recostarse en el sofá.
—Ahora, querida, cuéntamelo todo. ¿Cuándo has vuelto a los Estados?
Le gustaba cómo sonaba aquello: «los Estados».
Vini colocó la caja grande y rosa entre sus piernas y enlazó las manos.
—Llevo aquí casi un año —hizo una pausa y luego se apresuró, al ver la expresión sobresaltada de su anfitriona—, pero no he estado en Nueva York. Desde luego, me habría puesto en contacto contigo antes, pero estaba en California.
—Oh, California, ¡me encanta California! —exclamó Mrs. Munson, aunque en realidad Chicago era lo más al este que había estado.
Vini sonrió y Mrs. Munson advirtió lo irregulares que tenía los dientes y decidió que no les vendría nada mal un buen cepillado.
—Así que cuando volví a Nueva York la semana pasada pensé en ti al instante. Me ha costado horrores encontrarte porque no me acordaba del nombre de tu marido...
—Albert —dijo, sin que hiciera falta, Mrs. Munson.
—... pero por fin me acordé y aquí estoy. Verás, Bertha, la verdad es que empecé a pensar en ti cuando decidí deshacerme de mi abrigo de visón.
Mrs. Munson vio un rubor súbito en la cara de Vini.
—¿Tu abrigo de visón?
—Sí —dijo Vini, levantando la caja rosa—. Te acordarás de él. Siempre te gustó mucho. Siempre decías que era el abrigo más bonito que habías visto en tu vida.
Empezó a desatar la raída cinta de seda alrededor de la caja.
—Pues claro, sí, claro —dijo Mrs. Munson, dejando que el «claro» se fuera apagando poco a poco.
—Me dije: «Vini Rondo, ¿para qué demonios necesitas este abrigo? ¿Por qué no se lo queda Bertha?» Ya ves, Bertha, me compré en París un abrigo maravilloso de marta cibelina y comprenderás que no necesito para nada dos abrigos de piel. Además, tengo mi chaqueta de zorro plateado.
Mrs. Munson observó cómo Vini separaba el papel de seda dentro de la caja, vio el esmalte mellado de sus uñas, vio que no llevaba joyas en los dedos y comprendió de golpe muchas otras cosas.
—Así que pensé en ti y si no lo quieres tú lo guardaré sólo porque no soporto la idea de que lo tenga otra persona.
Giró en el aire el abrigo, a derecha e izquierda. Era precioso; la piel brillaba, suntuosa y muy tersa.
Mrs. Munson extendió la mano y pasó los dedos por ella, erizando a contrapelo la pelusa diminuta. Dijo, sin pensar:
—¿Cuánto?
Retiró la mano rápidamente, como si hubiera tocado una llama, y escuchó la voz de Vini, suave y fatigada:
—Me costó casi mil. ¿Mil es demasiado?
Mrs. Munson oía el griterío ensordecedor del patio de la escuela y por una vez lo agradeció. Le ofrecía algo distinto en lo que concentrarse, algo que aliviaba la intensidad de sus sentimientos.
—Me temo que es demasiado. No puedo permitírmelo —dijo, distraída, mirando aún el abrigo, con miedo a levantar los ojos y ver la cara de la otra mujer.
Vini arrojó el abrigo sobre el sofá.
—Bueno, quiero que te lo quedes. No es tanto por el dinero, pero creo que debería recuperar algo de mi inversión... ¿Cuánto podrías pagar?
Mrs. Munson cerró los ojos. ¡Oh, Dios, aquello era horrible! ¡Era un auténtico horror!
—Cuatrocientos, quizás —respondió con voz débil.
Vini volvió a levantar el abrigo y dijo, con un tono animado:
—A ver cómo te sienta.
Entraron en el dormitorio y Mrs. Munson se probó el abrigo delante del espejo de cuerpo entero del armario. Con unos pocos retoques y acortando las mangas, quizás recobrase su brillo original. Sí, la verdad es que no le sentaba mal.
—Oh, creo que es precioso, Vini. Has sido un encanto al pensar en mí.
Vini se apoyó en la pared y en su cara pálida había dureza a la intensa luz del sol de las ventanas del espacioso dormitorio.
—Puedes extender el cheque a mi nombre —dijo, con desinterés.
—Sí, por supuesto —dijo Mrs. Munson, volviendo a la tierra de repente. ¡Imagina a Bertha Munson con un visón propio!
Volvieron al cuarto de estar y rellenó el cheque para Vini. Ésta lo dobló con cuidado y lo depositó en su bolsito de cuentas.
Mrs. Munson se esforzó en darle conversación, pero cada nuevo intento se estrellaba contra una pared fría. Una de las veces dijo:
—¿Dónde está tu marido, Vini? Tienes que traerle para que charle con Albert.
—¡Ah, él! —había respondido Vini—. No le veo desde hace siglos. Que yo sepa, sigue en Lisboa.
Y ahí quedó todo.
Por fin, Vini se marchó, después de haber prometido que telefonearía al día siguiente. Cuando se hubo ido, Mrs. Munson pensó: «¡Vaya, pobre Vini, no es más que una refugiada!» Luego cogió su abrigo nuevo y entró en el dormitorio. No podía decirle a Albert cómo lo había conseguido; estaba descartado.
¡Puf, se pondría furioso al saber el precio! Decidió esconderlo en lo más recóndito de su ropero y un buen día lo sacaría y diría: «Albert, mira qué maravilla de visón me he comprado en una subasta. Por un precio irrisorio.»
Tanteando en la oscuridad del ropero, colgó el abrigo en una percha. Dio un pequeño tirón y escuchó horrorizada la rasgadura. A toda prisa encendió la luz y vio que la manga estaba desgarrada. Sujetó el roto y tiró con suavidad. Se desgarró un poco más y luego otro poco. Con una desolación rabiosa supo que el abrigo entero estaba podrido. «¡Oh, Dios mío!», dijo, agarrando la rosa de lino que llevaba en el pelo. «¡Oh, Dios mío, me han timado, timado como a una incauta y no puedo hacer absolutamente nada!» Porque de pronto Mrs. Munson comprendió que Vini no llamaría por teléfono al día siguiente ni nunca más.

[Traducción de Jaime Zulaika]

miércoles, 3 de mayo de 2017

Espantos de agosto. De Gabriel García Márquez

No puede faltar en mi blog al menos un cuento del escritor considerado mi favorito, de tantos que he tenido el inmenso placer de leer, me refiero a Gabriel García Márquez. Incluso, creo que es su marcada influencia, la que principalmente me ha impulsado a intentar recorrer también el camino de las letras. Este cuento fue tomado de su libro "Doce cuentos peregrinos", no por ser el mejor o el que mas me guste, sino por un sentido pragmático, lo seleccioné por ser uno de los mas cortos y además tiene un final espectacular, digno de compartir y discutir tras una buena taza de café. Disfrútenlo...


Espantos de agosto. 
De Gabriel García Márquez
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Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas
de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
— Menos mal — dijo ella— porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos de conocer un fantasma de cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casa encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el mas insigne de Arezzo.
— El mas grande — sentenció —fue Ludovico.
Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quién Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos hablo de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó como fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estomago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanza de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la mas usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningun carácter, con muebles de diferente épocas abandonados a su suerte. Pero en la ultima se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.
Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el ultimo leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato de óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que mas me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.
Los días del verano eran largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar. 
Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no. 
Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. «Qué tontería — me dije—, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos». Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita. 

Octubre 1980.