Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

miércoles, 10 de mayo de 2017

Todos nuestros pueblos son Macondo. Versión final

Luego de mucho trabajo, al fin logramos el objetivo planteado, compilar un libro con el aporte de numerosos artistas de las letras, la plástica y la fotografía con material seleccionado para homenajear a ese gran escritor que dejó de ser colombiano para hacerse universal, por la gran calidad y calidez de su obra. Desde luego me refiero al gigante de Aracataca: Gabriel García Márquez, en ocasión de cumplirse este año, 90 primaveras desde su nacimiento y 50 desde la creación de su novela considerada por muchos la mejor: "Cien años de soledad".

La presentación oficial de la obra se hará en Cabimas el próximo 12 de Mayo a las 5 de la tarde en las instalaciones de Barranco Show, en el sector Ambrosio frente al hospital general y para esto están todas y todos cordialmente invitados.

El libro ya puede ser descargado  desde la siguiente dirección: https://payhip.com/b/tMbN

Espero que lo descarguen, lo lean y nos den sus impresiones. La idea es seguir trabajando en proyectos como este, que apelan al gran talento que hay en esta sub región del país unidos a todos los artistas latinoamericanos que nos han hecho el honor de acompañarnos. Sinceramente creo que el cielo es el límite.

Anexo en esta entrada, el prólogo del libro para que siva de abreboca. Que lo disfruten.

Prólogo

Muchos años después, frente a la pantalla de su computadora, Pedro Querales recordaría esa tarde remota en que su padre Silvestre Querales Querales, lo llevará por primera al viejo mercado municipal de Cabimas, allí disfrutó la vitamina de Cleto Fermín, el “levantón” de Piñero y el quesillo del restaurant Internacional. Vivían en La Misión, que para entonces era un barrio marginal, con calles medio petrolizadas, cercas de estantillos y alambres de púas, desde las casas se podía escuchar en la tardes el chapoteo del marullo y se observaba el lago de Maracaibo, con aguas todavía potables. Los pobladores del barrio, en su mayoría originarios de Falcón, Lara y los Andes, y un porcentaje de nativos, quienes se caracterizaban por su hablar escandaloso y por el “cantaíto” de su acento. Los venidos de las otras regiones se expresaban de manera más discreta y respetuosa. Fieles a sus costumbres poseían huertos familiares, donde se daba cualquier vegetal que se sembrara: maíz, caña de azúcar, caraotas, legumbres y hortalizas. Además, se criaba gallinas, pavos, cochinos, y, escasamente, chivos. A pesar de estar enclavada en una ciudad petrolera, la mayoría de los habitantes del barrio La Misión, no laboraba en la industria, la economía del sector dependía del matadero municipal, que estaba asentado casi a la salida de la ciudad, vía Santa Rita. Existían varios abastos, bodegas y bares, cuyos propietarios eran falconianos, mayoritariamente. Las tierras de la Misión eran altas, con respecto al resto de la ciudad, muy fértiles, por eso la gente tomó esos terrenos ejidos para edificar, primeramente, ranchos de bahareque con caña brava, barro y techos de enea.

La familia de Pedro Querales llegó a finales de los años 50, procedente del estado Lara, de Siquisique, como tantos venezolanos, huyendo de la miseria, pues el campo, ya no daba lo suficiente para el buen vivir. Habían vivido ancestralmente del cultivo del café, maíz y la cría de chivos, pero, cuando se lograba la cosecha, ya debían todo al bodeguero del pueblo. El mayor de los hermanos, Zenón, migró con su familia al Zulia, atraído por la “bonanza” petrolera. Llegaron a la zona rural, Los Guaudales. Posteriormente, Silvestre, hizo lo mismo. Allí duraron poco, pues se encontró, en un día de compras en el centro de la ciudad, con un primo que vivía en La Misión, quien lo invitó a que se mudará a una casa que estaba construyendo, y se la cedió mediante el pago de un modesto alquiler.

Los primeros meses fueron muy duros, pues Silvestre, no conseguía trabajo. En ese lapso, le nacieron morochos. Meses después, logró emplearse en el matadero municipal, cerca de la casa. Al poco tiempo, pudo comprar vivienda y se mudó, en la calle vecina. Se integraron a la vida del barrio, y en vacaciones, el turismo, consistía en bañarse en grupos en las todavía cristalinas aguas del lago. Al crecer, los hermanos Querales se sumaron a la vida activa de la ciudad, en sus respectivos liceos. En esa integración, la política y la cultura tomaron protagonismo. La lectura de los “comics”, de consumo masivo entre los niños y adolescentes, muy reprimidos por las maestras y profesores, quienes lo confiscaban, sin derecho a reclamo ni devolución.


Paulatinamente, llegó el acercamiento a los libros y a los grandes autores. No era fácil acceder a ellos, por las condiciones de pobreza. Primeramente, los libros de aventuras: Sandokan, de Emilio Salgari, Robinson Crusoe de Daniel Defoe, los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. No fueron atraídos por Don Marcial de la Fuente Estefanía, y sus vaqueros de ojos azules, seis pies de estatura y puntería perfecta, ni por los relatos edulcorados de Corin Tellado.



En 1973, Pedro descubre “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, libro que estaba leyendo Minerva, la esposa de su primo Manuel Antonio Querales Granda. Conocía del boom desatado por la obra, pero no había podido adquirirlo. Aprovechó que ella fue llamada a almorzar y tomó el ejemplar de la silla donde lo dejó. Cuatro días después, su visión del mundo había cambiado, sorprendido por comprender que Macondo y sus habitantes, eran semejantes a los del barrio La Misión, y que los personajes y situaciones, si bien, no eran las mismas, tenían hechos tan sorprendentes, semejantes y cotidianos. Hablar del libro se volvió parte de su vida normal. Algunos de sus compañeros del Ciclo Básico Superior de Barquisimeto, lo habían leído y tenían una interpretación mucho más profunda. Se hizo asiduo visitante de las librerías en la avenida Vargas, adquiriendo “Los funerales de la mama Grande”, “La mala hora”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “La hojarasca” escritos previamente a “Cien años de soledad”, que configuraron previamente el universo macondiano.

La vinculación con otros lectores y pichones de escritores no se hizo esperar. En 1974 regresa a su ciudad, post Congreso Cultural Cabimas 70. Frecuenta a los jóvenes hacedores. “Dios los cría y ellos se juntan”. Lo demás es historia, abundar en contar anécdotas sobre el escritor de Aracataca no sorprenderá a ninguno de quienes se acerquen a este libro, de creación colectiva, en forma digital, como corresponde al adentrado siglo XXI, donde la revolución de las comunicaciones se vislumbró en “La tercera ola” de Alvin Toffler, leído en ese mismo año 1973, junto con “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, amén de las referencias de McLuhan y “la aldea global” y en los estremecedores libros: “La naranja mecánica” de Anthony Burguess y “1984” de George Orwell. Con todo y ese futurismo, no existió en el siglo XX, un escritor más influyente que el Gabo, sin viajes a las estrellas, ni vislumbrar nuevos mundos. Partiendo de la vida sorprendentemente cotidiana de los pueblos y su óptica de opresión en un mundo injusto.

En una reunión de “planificación”, a principios de 2017, con los poetas y escritores afines de la ciudad, en medio de aromas cocuyeros y sabrosas conversaciones, Pedro Querales propuso celebrar los 90 años del nacimiento, en Aracataca, de Gabriel García Márquez y los 50 de la aparición de “Cien años de soledad” y los 40 años del premio estadal de poesía de Rafael Machado Millán. No encontró mucho eco, y decidió asumir el reto. Dicen que los poetas son almas libres y poco dadas a entrar en rediles. Hizo una lista de los posibles invitados a participar, poetas, escritores, cronistas y artistas plásticos, excelente excusa para unirse en torno a la pasión creativa. Arturo Pérez Arteaga, dijo, como buen soldado: “yo te acompaño”. Así comenzó la construcción.

El primer paso: convocar a los hacedores de Cabimas, con temas alusivos al mundo macondiano. Fredy Escobar Vega, desde La Paz, Bolivia, diseñó, inmediatamente, la portada y envío otras obras. Luego agregó dos relatos. Luis Graterol, desde los “Yunai Estéis”, envío pinturas y relatos. Se elaboró la lista de colaboradores fuera de Cabimas. Humberto Márquez, por su condición de zuliano, bohemio, periodista y por haber tenido contacto directo con el Gabo. Al ser llamado, mostró su entusiasmo y envió una crónica de su columna “La letra fría” que publica los domingos el diario Ciudad CCS. Laurencio Zambrano Labrador, en tierras de Carrasquero, no se hizo rogar con su hermoso cuento. Edgar Queipo, desde Maracaibo, envío sus atlantes y otras obras. Amilcar Briceño, dio para escoger, tres relatos largos, se tomó uno. Enrique Colina, cabimero, recreó mediante su arte algunos personajes de “Cien años de soledad”. Alexis Ramón Blanco, maracucho de Niquitao, sus crónicas garciamarquianas publicadas en Panorama. En la marcha de los claveles rojos, se ubicó a Simón Petit, quien colaboró con un relato a lo Rolling stones. Desde Maracaibo, el mojanero Yldefonso Finol, con un relato bien sabroso de sus tiempos de estudiante. Daniel Paz Ríos, le dio el toque decimista y pictórico al asunto. Carmen Hinestroza Alvarez, de padre cabimero, dedicó su amor a Cabimas. Asmery González, dibujo su Cabimas Macondo desde su residencia maracucha. Dayana López, del colectivo “La Mancha” le pegó cachos a la poesía y escribió un relato azulado de tambores de San Benito. Se requirió dos argentinos: el periodista Ariel Magirena, militante peronista, con un poema. La poeta descalza, María Esther Veron, con tres poemas emocionados nos conmueve y se conmueve con la convocatoria, plena de emoción. Omar Patiño, se aparece en la casa de Pedro con una botella de ron, acompañado de su hermano Julián, inmediatamente se suma. Su esposa Miriam Franco, artista plástica y comunicadora social, quien tuvo el privilegio de entrevistar al Gabo, en marzo de 1991, en el Festival de cine de Cartagena, con el reportaje publicado en El regional del Zulia.



Laura Gamboa Rivas, poema y relato llenos de pasión y amor por la ciudad; Luis Medina Vásquez, rememora como lo impactó su profesora de literatura al conocer al Gabo y a Macondo, Antonio Piñero, heredero de la preparación del “Levantón”, con sus siempre sorprendentes relatos. Douglas Pereira, desde Los Puertos de Altagracia, muestra su oficio de poeta con dos obras. Darío Ermilo Suárez, recoge la memoria de la ciudad con arte “naif” como Blanco Aparicio y despierta lágrimas de nostalgia. Tito Alexis Ochoa nos habla sobre Cabimas, refiriendo precisamente a Blanco Aparicio además de aportar un par de sus pinturas que resaltan costumbres y tradiciones de Cabimas, su París. Noris Pacheco, quien ha vestido a Dios de mujer, muestra su visión de Macondo a través de Cabimas. Amalia Coronado, con una estampa de su fe en San Benito, sus inmensas y etílicas procesiones. Marcelo Bermúdez convierte a Rafael Chirinos en un gallo, rememorando las esperanzas del coronel, a ver si alguien le entrega su pensión. Aracelis Bracho, gran cabimera y entusiasta organizadora de los grupos poéticos de la ciudad, nacida en Isla de Toas, no oculta su amor por esta tierra costanera y regala dos poemas. Sarah Espinoza Márquez un relato narrado tomando el habla del pueblo. Celmig Márquez, con poemas intimistas nos regala su presencia en las letras. Miguel Leal, pintor, escultor, domador de metales, recrea el universo macondiano. Ángel Chirinos, escritor, poeta, buzo, pintor y actor, cuenta una historia escamosa y regala dos obras pictóricas, con su visión de las aguas del lago, desde arriba y desde adentro. Javier Fernández, uno de los amantes más insignes de Cabimas, se hace presente con poemas de amor por su tierra. Fanny Díaz, lo recuerda en ese amor pleno, confirmando lo dicho por Ali Primera: “El que a su tierra no adora, tiene espíritu prestado”. Ambos tienen el espíritu y la conciencia limpia en ese sentido. Douglas Querales, eterno cómplice de Tabla Insurgente, nos regala un corto relato sicológico con imágenes sobrecogedoras. Madia Lattanzio Narváez, nuestra Remedios, la bella, nos habla desde su intimismo. Edison Díaz, inquieto, pinta, canta y escribe, las memorias de su Maracaibo natal y su Cabimas vista a través del pincel. Arturo Pérez Arteaga, además de montar el libro con acuciosidad de orfebre, muestra el mundo como debería ser, al visitar la Utopía, recreada con el jugoso premio de un buen abrazo. Eveling Canaán, periodista, cronista visual de la fiesta de san Benito, presente con una fotografía donde aparecen los cultores cabimeros juntos. Pedro Querales, se adentra en dos personajes de su barrio: Ender y Hermes, seres absolutamente humanos, pero dignos de ser contados. 
Rafael Machado Millán, a 40 años de su premio regional de poesía con Hombre-ciudad, regala el alfabeto completo con imágenes de nuestras ciudades costeras, su nocturnidad, su cotidianidad aplastante, la alienación, los sueños fallidos y los fracasos cumplidos, como acota Serrat. Su presencia prestigia esta publicación. Enseñó el camino, y sobre él se intenta transitar en estos esfuerzos que hace la poesía por imponer su ley, en tiempos en que algunos huyen del país, tras la manzana de la serpiente representada en dólares. Rafael Machado Millán, cuyo nombre dignifica a la Tertulia Literaria, que cada jueves por las tardes se reúne en Las Librerías del Sur, en una excelente excusa para contar lo que cada uno aporta para colocar al idioma en el sitio que le corresponde en momentos en que las redes sociales, intentan acabar con las reglas de comunicación y entendimiento.

Urge dedicar estos relatos y obras pictóricas a quienes precedieron este pedregoso, pero hermoso camino de las letras y las artes, idos en presencia física, acreedores al respeto de las generaciones que los suceden: Pedro Oporto, Ramiro Borjas, Rafael Vargas, Rafael Chirinos, Emerio Darío Lunar, Simeón Ortiz, Blanco Aparicio, Margarita Soto, Petra Navarro de Maríñez, Flor Romero, Angela Leal. Para ellos, el eterno agradecimiento por haber estado allí cuando pocos se atrevían a transitar ese camino porque “no daba plata”.

Nunca está demás decir gracias a todas y todos, ausentes y presentes, el libro es una realidad. Gracias Arturo Pérez Arteaga, por no dejar solo al editor, se agradece. Así como para bailar se necesitan dos, para esta acometida, con dos obreros, también lo fue.

Este es el primer intento editorial del Grupo Tabla Insurgente, nacido al calor del Movimiento de los Poderes Creadores del Pueblo “Aquiles Nazoa” y estrenado el 15 de diciembre de 1978, cuando la antigua Concha Acústica del parque Bolívar celebraba un año, y no se había realizado ni siquiera un evento en ese espacio. Ese año, los jóvenes del movimiento cultural, que marcó pauta a finales de los 70 y durante los años 80, como una verdadera alternativa ante la inexistencia de una política cultural por parte de los gobiernos cuartorepublicanos. Para ese momento, 1977, cuando nació el MPCPAN, solo el grupo Komuna 2000, como heredero del Congreso Cultural Cabimas 70, hacia vida en Cabimas. Pero en 1978, surgen en los barrios, 34 agrupaciones culturales, en las diversas vertientes. Quienes tuvieron mayor impacto en esos años, por su permanencia, fueron: Casa de la Cultura “Armando Reverón” de Nueva Cabimas, “Cielo e ́Tabla” del barrio 19 de abril, “Entabliencuadrillao” Punta Icotea; “Danzas Rancho Alegre” de Las Cabillas; “Amistad” (danzas) de la Urbanización Churuguara, Un grupo teatral de Guabina y el “Tabla Insurgente”, quienes durante los años 80, realizaron eventos de todo tipo tanto en su comunidad de La Misión, como en el resto de Cabimas. Fomentó exposiciones de pintura, eventos musicales de gran formato, con la participación de los mejores grupos de la COL: “Los hermanos Bermúdez”, “V Expresión”, “Venezuela Canta Asi”, del municipio Lagunillas, “Mi Tierra”, “los hermanos Berríos”, Las 40, “los hermanos Salgueiro”, barrio 26 de julio. En 1982, participó activamente en la “Canción solidaria por la COL” con la presencia de Ali Primera y los cantores de la Canción necesaria”, pero también en eventos solidarios y conmemorativos de la ciudad. Llenazos en el teatro municipal, el estadio Municipal y otros escenarios, permitieron realizar eventos de mayor envergadura que la propia cultura institucional. Ejemplo, claro, lo constituyó, la conmemoración de los cien años del Distrito Bolívar, en un acto llamado “Desagravio del Distrito Bolívar”, el 15 de diciembre de 1984, con grupos gaiteros de la talla del barrio Obrero y Bernardo Bracho, Los Tocayos y los grupos antes mencionados, Arte en escena de Coro, “Negra Matea” de Acarigua, venciendo los obstáculos colocados por el gobierno municipal de la época en manos de Copei. Se impuso nuestra Ley, y el estadio municipal se vio colmado de pueblo. El grupo Tabla Insurgente era la piedrita en el zapato de los enemigos de la cultura popular en esos años. En 1984, las luchas por las tierras de El Golfito, le dieron el toque potenciador, a estas luchas, que demuestran que desde el ámbito cultural se pueden logran las transformaciones de una sociedad. Pero esa es una historia que la editorial Tabla Insurgente contará próximamente.



Esta edición digital aspira a ser papel, e ingresar al mundo de Gutenberg, si la buena voluntad del algún mecenas, oficial o privado, así lo deciden. Contra ello atentan los altos costos de una edición que requiere papel satinado, color, mucho cariño y dinero. Para el arte nunca debería faltar, pero no vivimos en La Utopía, por ahora.

Mientras tanto, disfrútenla y acaricien la pantalla. El futuro llegó hace rato y a cada instante se hace presente.

Ni modo.


Pedro Querales Cordero
06 de mayo de 2017


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