Aclaratoria Importante

Este blog, acaba de cambiar de nombre, porque el de "Trinchera Literaria" fué cedido al colectivo de letras al cual pertenezco. No obstante los objetivos permanecen intactos, espero seguir contando con sus visitas

lunes, 26 de septiembre de 2016

Remembranzas, un cuento de mi autoría



Remembranzas


Por: Arturo Pérez Arteaga :.




Allí sentada frente al mar en su taburete de cuero y bajo una frondosa mata de uva playera, en un remanso fresco y tranquilo de esos que ofrecen los cientos de kilómetros de playa hermosa y eterna de nuestro país, bajo un sol radiante como la vida, fuerte como nuestra gente y generoso como nuestro suelo, se encontraba doña Carmen contemplando la inmensidad y la belleza que le rodeaba sin otra compañía que sus recuerdos, que para esa tarde estaban vivos, mas vivos que nunca, mas vivos que siempre.
Con el rostro surcado por marcas imborrables que el padre tiempo le ha regalado, como medallas de valor y constancia para quien se ha atrevido a venir a este mundo y vivir, vivir mucho y con toda la intensidad de la que pudo ser capaz.
Su cabello cano, blanquito como la espuma de esas olas que chocan impetuosas contra la playa, demostrando, en una dualidad casi mágica, su fortaleza demoledora y a su vez la suavidad rítmica con la que termina a los pies de doña Carmen casi domada, casi vencida, casi dormida; para luego volver y atacar con el mismo ímpetu, en una secuencia tan vieja e infinita como el tiempo mismo.
Su piel, curtida por el sol y por el paso de los años, habiendo perdido la consistencia lozana de otrora, había sido testigo de sensaciones mil, que coleccionó a lo largo de sus muchos años, desde el frío de nuestros páramos, hasta sudar por el calor intenso de nuestros médanos o por su participación en cuanto baile, concentración, o bochinche pudo estar hasta terminar exhausta pero satisfecha. Esa misma piel que se puso como de gallina cuando recibió su primer beso de amor, o para ser totalmente sinceros, con cada beso recibido, porque cada beso para ella fue único e irrepetible, desde el mas corto hasta el mas largo, desde el beso en la frente dado por su padre adorado, su primer amor, pasando por el beso apasionado de aquella vez en la cual se entregó por primera vez al hombre que ella escogió y llegando hasta el beso recibido en las mejillas con la ternura y el amor que hijos y nietos saben prodigar. Piel que tembló de miedo en muchas ocasiones y que fue testigo fiel de las sensaciones, venturas y desventuras de una mujer que a pulso se ganó ese título que le ha honrado desde siempre y con el cual se identifica con la patria, porque según doña Carmen, “La patria tiene que ser una mujer, una mujer indómita, rebelde, pero dulce y amorosa”.
En esta ocasión, como en pocas otras, doña Carmen estaba absorta, como distraída, recordando, enumerando, reviviendo…
Recordaba su niñez y los juegos con sus ocho hermanas y hermanos que no podían ser muchos, porque todas y todos debían ayudar a sus padres a trabajar la tierra para llevar a la mesa el sustento diario. Evocaba la vez que escuchó la radio que se encontraba en la bodega del pueblo donde nació, aparatito aquel bastante curioso y que era la atracción del momento porque mágicamente parecía contener dentro de sí muchos hombres y mujeres y todo tipo de instrumentos para hacer música, muy lejos estaba la niña Carmen de pensar que se trataba de la difusión de ondas hertzianas y mucho menos escuchar hablar de cosas como el espectro radioeléctrico. Fue a través de ese aparatito donde pudo conocer el mundo mas allá de lo que había visto y fue allí donde por primera vez, en su noticiero, escuchó hablar de términos como gobierno, presidente, huelgas y esos temas que para ella eran bastante extraños y como todo niño o niña, prefiere concentrarse en las cosas que menos se parezcan a la de los adultos. Le vino un recuerdo muy vivido de la ocasión en la que Evangelista, su hermana mayor, había roto la vasija de barro en la que traían agua del río, al ver surcar por los cielos aquel enorme pájaro de acero que les hizo creer que estaban siendo visitados por dioses o seres de otros mundos, sólo relatados en las historias de la radio y así Carmen y sus hermanos conocieron lo que después supieron, era un avión.
Venía a su memoria todo el trabajo y hambre que pasaron ella y sus hermanos y hermanas cuando su padre, de la noche a la mañana decidió dejar su campo amado para probar fortuna en la Capital de la República, con la idea de obtener una mejor vida para todas y todos y partieron llenos de esperanza, dejando atrás su conuco que al menos les dotaba de la comida diaria, para llegar a vivir en un rancho de lata que estaba en un cerro, en los márgenes del río que atravesaba una pujante ciudad, misma que creció a sus ojos, a medida que ella se hacía señorita. Fueron esos, años muy duros y doña Carmen no pudo evitar rememorar todas las cosas que tuvieron que pasar para tratar de conseguir esa mejor vida de la que su padre tanto hablaba y que ella, a punta de buscarla no había podido encontrar. En esos años, otra gente, que al parecer también había ido a la Capital a buscar lo mismo que su padre, se asentó en los sitios adyacentes y los barrios y ranchos fueron creciendo y creciendo, poblándose y multiplicándose y con la gran cantidad de gente llegaron los problemas y necesidades, el hambre se hizo presente, tanto en su hogar, como en el de sus vecinos. El miedo se instaló en su corazón cuando uno de sus hermanos fue muerto a causa de una de esas personas, que intentaban ganar la buena vida de forma fácil o que simplemente había sido cegado por tanta miseria y tanta hambre. A pesar de todo, Carmen salió adelante, su familia se mantuvo unida incluso luego de la muerte de su padre, otro doloroso recuerdo, pero para esto tuvieron que trabajar muy duro, siendo explotadas y explotados en cualquier cantidad de oficios, cada uno mas degradante y miserable que el anterior, trabajando para patrones que no entendían y bueno, aún muchos no lo hacen, que el obrero no es su esclavo, sino su igual y que el trabajo es un claro dignificador de la condición humana y no un castigo como por años se nos ha querido imponer. Recordó a su primer amor de juventud que pese a toda la situación también lo hubo, porque: “los pobres debemos tener tiempo para todo” según las palabras de la misma Carmen.
Revivió el momento cuando nacieron sus hijos y como con esfuerzo los crió, tratando de mantenerlos alejados de los vicios.
También vino a su memoria el instante cuando, con muchos esfuerzos, pudieron comprar su primer televisor. Aparato que ya sin la inocencia de sus años de niñez le seguí pareciendo mágico, quizá por su condición de pueblerina o quizá por esa capacidad que siempre tuvo de no renunciar a la magia que debe albergar nuestro corazón con el fin de mantener siempre viva la esperanza y la fe. Fue por ese aparato por donde pudo ver como el país, al igual que ella, crecía y maduraba con el paso de los años. Rememoraba como cada cinco años varios señores de traje y corbata aparecían por allí prometiendo mejorar y cambiar todo, esos mismos señores, en un verdadero acto de magia, eran vistos en esas ocasiones por el barrio saludando gente y prometiendo mucho, prometiendo de todo. Nunca pudo olvidar Carmen, la ocasión en la cual uno de esos señores le entregó una caja de zapatos para unos de sus niños y su cara se llenó de alegría primero al recibirla y de frustración luego al comprobar que dentro de la caja sólo había un zapatito, “esto debe ser un error” se dijo y corrió tras el señor para decirle lo que pasaba, obteniendo por respuesta: “cuando gane te entregaré el otro zapato”. Ese señor no ganó y doña Carmen aún conserva el zapato en su cajita como un recuerdo de aquellos años que ella misma llamó de promesas y mas promesas.


Sus remembranzas le llevaron a aquella madrugada cualquiera, cuando un grupo de jóvenes militares se alzaron contra el gobierno de un señor muy cínico que estaba gobernando al país por segunda vez y que para su “coronación” como la habían llamado por la televisión, se había gastado toda la plata del mundo invitando a mandatarios de todo el orbe en un acto sin precedentes, al menos desde que doña Carmen tuviera uso de razón. De esos jóvenes militares, resaltó uno que para el mediodía mas o menos, salió hablando por el televisor, haciéndose responsable de lo que estaba ocurriendo, y llamando a sus compañeros a deponer las armas porque, y esta frase se le grabó a doña Carmen como si se tratara de un tallado en piedra en su cerebro: “por ahora, los objetivos no fueron cumplidos…”. Al señor cínico luego lo sacaron del gobierno, por un chanchullo con una fulanas partidas secretas, el joven militar estuvo preso y doña Carmen, como impulsada por una fuerza que no pudo describir, arrastró a su marido para irlo a visitar, “pero mujer si ni siquiera nos conoce” le insistía su marido, sin embargo, Carmen, obstinada, como las mulas de su pueblo natal, le insistía que esos muchachos no debían estar comiendo bien porque “quien ha visto que en las cárceles den buena comida” y les preparó unas viandas y muchas arepas y se las llevó. Evocó clarito doña Carmen, como aquel muchachote, Hugo se llamaba, la abrazó, la besó en la frente con tanta dulzura y amor, que aún le eriza la piel, le agradeció el gesto y le dijo que no volviera a ese lugar, que evitara esos trajines, que no se preocupara, que ellos estaban bien y que muy pronto las cosas serían diferente. Ese día doña Carmen al retorno era otra, se sentía grande, esperanzada, importante, porque ella presentía que ese muchacho era sincero y sabía que era muy valiente.
Los recuerdos de doña Carmen insoslayablemente debieron detenerse por un buen rato, quien sabe cuanto, en todo lo que pudo ver y vivir a través de los ojos de ese muchacho al que visitó en la cárcel. Porque él y sus amigos salieron de allí y ese muchacho al poco tiempo se lanzó a la presidencia de la República, ante la mirada casi incrédula del marido, los hijos, los familiares y vecinos de doña Carmen, quienes ya cansados del mismo circo cada cinco años no le prestaron mucha atención, a lo que doña Carmen les decía que no, que ese muchacho era diferente, que ese muchacho si valía la pena. Muy claro recordó doña Carmen el día que Hugo, en campaña electoral, visitó el barrio y se detuvo y saludó a todo el que encontró a su paso y su corazón dio un brinco inmenso cuando Hugo al verla le abrazó, le besó en la frente y le dijo: “Carmen, échame la bendición, nunca voy a olvidar tus arepas, sabrosas, hechas con amor”, ese magnetismo sentido por Carmen se irradió mágicamente por todo el barrio, a tal punto que todas las mujeres y todos los hombres quedaron como hipnotizados ante ese hombre que les hablaba de un cambio radical, les hablaba de una constituyente y aunque ellos no estaban muy claros de que se trataba, decidieron creerle, decidieron seguirle y lo mas importante, desde ese momento decidieron amarle.
En los recuerdos de doña Carmen todo se aceleró como si se tratase de una película, ya en colores y no como la de su viejo televisor. Hugo ganó las elecciones y a partir de allí muchas cosas fueron cambiando en su vida, en la de su familia y en la de su país. Ante el asombro de su marido y la crítica de sus hijos, doña Carmen decidió terminar de sacar su educación primaria que había dejado incipiente porque en su juventud no pudo darse el lujo de estudiar, luego no conforme con eso decidió obtener su título de bachiller, mismo que guarda orgullosa como un hermoso tesoro. Revivió la ocasión en la que ella y su esposo salieron en los listados de pensionados del seguro social y nunca podrá olvidar la tercera vez que vio a Hugo, cuando éste les fue a visitar otra vez y le prometió una casita donde ella la quería, donde siempre la soñó desde niña, cerca de la playa, para estar en contacto con el sol, el viento y el mar indomable, Hugo siempre le trató con un especial cariño, claro no tanto como el que ella le profesaba en retribución. Rememoraba doña Carmen, la cita obligada que tenía con Hugo cada domingo a través del televisor, en un programa donde éste le enseñaba de política, de economía, de geografía y de historia, le cantaba, le contaba cuentos, bailaba y reía y lo que a ella mas le gustaba era cuando el decía: “vamos a convertir a Venezuela en un país potencia” porque ella sentía como el corazón se le arrugaba con una emoción indescriptible, insoñable e inenarrable.
Fueron muchos los recuerdos de doña Carmen e indefectiblemente en la mayoría desde hacía unos veinte años para acá, estaba inmersa la mano mágica de ese muchacho, que ya era todo un señor presidente, pero que nunca perdió ese contacto que a los ojos de doña Carmen lo hizo muy especial.
Esa tarde de muchos y muy profundos recuerdos, doña Carmen acababa de llegar de la Capital de la República, a la que no le gustaba frecuentar mucho, porque con sus años, prefería disfrutar al máximos de su vida tranquila en su casita cerca de la playa, pero tuvo el deber moral de hacerlo porque un gran amigo, un gran hijo reclamaba su presencia. Aquel muchacho al que fue a visitar a la cárcel, el mismo que elogió sus arepas, que se tomó un cafecito en su rancho, que le cambió la vida a ella y a la gente que le rodeaba, que le dio Canaimitas a sus nietos y empleos dignos a sus hijos, ese muchacho que hizo que la esperanza dejara de ser una palabra vacía para convertirse en vida, en amor, en obras, aquel muchacho que se hizo hombre a los ojos de todo el pueblo humilde que como ella le amaba mas allá de lo imaginable, por esas cosas inexplicables que tiene la vida, había dejado de existir, había partido de este mundo y doña Carmen con todo el dolor que le embargaba y el corazón apretado de la tristeza, estaba segura que se trataba de otra de sus actitudes mágicas, porque su grandeza, que ya no cabía en ese cuerpecito que le había tocado habitar, debía volar, muy lejos y muy alto y debía propagarse por todos los rincones del planeta, para que todas las Carmen del mundo puedan, como ella, albergar la esperanza y creer en la magia. Esa fue la última vez que le vio, lo despidió desde el hospital Alberto Arvelo, lo siguió hasta la Academia Militar y aguardó paciente hasta que, al igual que a muchos compatriotas del pueblo, le permitieron unos segundos para verlo, pero ella no se despidió, se detuvo y en una fracción de tiempo que se le hizo eterna lo vio, mientras de sus ojos brotaban sendas lágrimas que rodaron lentamente por su cansado rostro y fueron a estrellarse al piso de la academia, le echó la bendición, lo recordó vivo, comiendo arepas, tomando café y diciéndole: “Carmen, sigue soñando, sigue viviendo, hoy tenemos patria, nunca lo olvides”.
 
                                                                           - FIN -

2 comentarios:

  1. HERMOSO, ME HIZO LLORAR. YO TAMBIÉN SOY UNA CARMEN, TENGO MI PROPIA HISTORIA CON MI COMANDANTE.DIFERENTES HISTORIAS QUE LLEGAN A UN PUNTO EN COMÚN ÉL, DANDO ESPERANZAS Y DANDO AMOR, AMOR A LA PATRIA...

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    1. Gracias por el comentario Sarah y que bueno que te gustó. Es sólo una pequeña muestra de las vidas que cambió para mejorar, para dar esperanzas y libertad... como no amar a quien nos dio tanto amor

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