Comparto con ustedes el cuento de navidad que escribí este año, ya casi se hace un hábito el tener uno para estas fiestas que son tan importantes para muchas personas, por muchas razones. A mi parecer, lo mas importante, mas allá de creencias religiosas, es el despertar de ese espíritu de fraternidad y amor que me gustaría durara todo el año y no sólo en estas fechas.
¿A que sabe la navidad?
Por: Arturo Pérez Arteaga
Cuando aquella mañana decembrina, la mejor amiga de mi madre fue hasta nuestra casa de visita y nos llevó un frasco de dulce de lechosa, me invadieron de inmediato los recuerdos, me era inevitable, evocar al instante el sabor del más delicioso que he degustado en toda mi vida, el que hace mi abuelita, quien todos los años en la época navideña, se afana mucho en preparar una buena cantidad de este suculento postre para repartir a sus amigos y familiares.
Mis remembranzas me llevaron años atrás, al día en que me encontraba en su casa y la vi trajinar mucho en su cocina, tanto que hasta me sentí agotado sólo de observarla.
Seleccionaba las lechosas, preparaba el almíbar, lavaba los frascos y sus tapas, picaba y rallaba, en fin, ejecutaba todas las actividades asociadas para preparar el sabroso e incomparable dulce. Recuerdo que le pregunté:
- Abuelita, si la preparación del dulce te da tanto trabajo, ¿por qué lo haces? ¿no es mejor que le digas a mi papá o alguno de mis tíos que lo compren y listo?
Mi abuela, en su infinita bondad, me miró con sus ojos de miel, que una vez fueron muy brillantes adornos de un rostro juvenil, y hoy día decoran una cara surcada por las huellas del tiempo pero que sigue siendo muy hermosa, y me dijo:
- Mi niño bello, todo el trabajo que invierto en la elaboración del dulce, no es más que el reflejo del amor que le pongo a lo que hago. Además me encanta que la familia y los amigos vengan a casa al menos en la navidad, aunque sea con la excusa de buscarlo.
- ¿Y no te molesta que no vengan en todo el año sino sólo en navidad y para comer dulce?
- No hijo, yo sé que soy una vieja que no sabe mucho de nada, pero siempre creí y aún lo hago, que ese es precisamente el sentido de la navidad. Lo que nos enseñó quien celebra su cumpleaños cada 25 de Diciembre desde hace más de dos mil años, es que debemos dar con todo el amor que nos sea posible sin esperar recibir nada a cambio. Y bueno, nunca está de más que por cualquier razón una viejita solitaria como yo tenga visitas, aunque sea una vez al año. Ya es una tradición ¿no te parece?
- ¡Ay abuelita!, muchas gracias por tan bonita lección, mi regalo de este año para ti, es la promesa de que te vendré a visitar, al menos una vez por semana y así celebraremos juntos la navidad todo el año.
Sus ojos, inundados de lágrimas que no llegaron a escaparse, contrastaron con la magnífica sonrisa, predecesora del abrazo inolvidable que me dio para terminar tan significativa conversación, porque se fijó en mi memoria como una ley de vida.
Desde entonces he tratado de cumplir mi promesa y cuando en ocasiones me siento cansado, sin ganas de salir de casa, recuerdo, el afán de mi abuela, ese que pone en hacer el mejor dulce del mundo y de inmediato, el recuerdo que viene a mi memoria y endulza mi paladar, me lleva como a empellones directamente a su casa a darle un sonoro beso y un fuerte abrazo para cumplir con mi promesa, porque gracias a su enseñanza, la navidad sabe a dulce de lechosa.
- Abuelita, si la preparación del dulce te da tanto trabajo, ¿por qué lo haces? ¿no es mejor que le digas a mi papá o alguno de mis tíos que lo compren y listo?
Mi abuela, en su infinita bondad, me miró con sus ojos de miel, que una vez fueron muy brillantes adornos de un rostro juvenil, y hoy día decoran una cara surcada por las huellas del tiempo pero que sigue siendo muy hermosa, y me dijo:
- Mi niño bello, todo el trabajo que invierto en la elaboración del dulce, no es más que el reflejo del amor que le pongo a lo que hago. Además me encanta que la familia y los amigos vengan a casa al menos en la navidad, aunque sea con la excusa de buscarlo.
- ¿Y no te molesta que no vengan en todo el año sino sólo en navidad y para comer dulce?
- No hijo, yo sé que soy una vieja que no sabe mucho de nada, pero siempre creí y aún lo hago, que ese es precisamente el sentido de la navidad. Lo que nos enseñó quien celebra su cumpleaños cada 25 de Diciembre desde hace más de dos mil años, es que debemos dar con todo el amor que nos sea posible sin esperar recibir nada a cambio. Y bueno, nunca está de más que por cualquier razón una viejita solitaria como yo tenga visitas, aunque sea una vez al año. Ya es una tradición ¿no te parece?
- ¡Ay abuelita!, muchas gracias por tan bonita lección, mi regalo de este año para ti, es la promesa de que te vendré a visitar, al menos una vez por semana y así celebraremos juntos la navidad todo el año.
Sus ojos, inundados de lágrimas que no llegaron a escaparse, contrastaron con la magnífica sonrisa, predecesora del abrazo inolvidable que me dio para terminar tan significativa conversación, porque se fijó en mi memoria como una ley de vida.
Desde entonces he tratado de cumplir mi promesa y cuando en ocasiones me siento cansado, sin ganas de salir de casa, recuerdo, el afán de mi abuela, ese que pone en hacer el mejor dulce del mundo y de inmediato, el recuerdo que viene a mi memoria y endulza mi paladar, me lleva como a empellones directamente a su casa a darle un sonoro beso y un fuerte abrazo para cumplir con mi promesa, porque gracias a su enseñanza, la navidad sabe a dulce de lechosa.
-FIN-